Una historia de unidad

El 20 de julio de 1810, dos meses después de la Revolución de Mayo en Buenos Aires, el pueblo de Santa Fe de Bogotá, capital del Virreinato de la Nueva Granada, se rebeló contra las autoridades coloniales, depuso al virrey Antonio Amar y Borbón, conformó una Junta de Gobierno y proclamó el Acta de Independencia. Esos sucesos adquirieron una significación simbólica y los colombianos conmemoramos en este día la más importante de nuestras efemérides patrias.

Sin embargo, esta fecha no fue el comienzo ni el fin del proceso independentista de nuestra nación. Con anterioridad se habían producido hechos importantes que sirvieron de antecedentes y contribuyeron a construir una conciencia sobre valores como la libertad y la soberanía de los pueblos. La independencia de los Estados Unidos, las ideas de la Ilustración y la Revolución Francesa hacían parte del bagaje intelectual de una minoría de criollos que aspiraban a tener una mayor influencia y participación en las decisiones de gobierno, hasta entonces un monopolio de funcionarios españoles. Pero todavía faltaban unos años de lucha y bastante sangre por derramar para consolidar la independencia definitiva. En la Nueva Granada se tuvo que luchar hasta 1819, así como en el Río de la Plata debieron hacerlo hasta 1816.

La Argentina y Colombia nacieron de una misma concepción política, aprovecharon la misma coyuntura histórica del interregno napoleónico en España y, en su devenir como repúblicas, han tenido que afrontar dificultades y desafíos similares. Son dos países que se parecen hasta en sus contradicciones: la naturaleza los ha dotado de una variada cornucopia de recursos naturales y humanos con una potencialidad que excede en mucho a sus logros y realizaciones, hecho que los desafía permanentemente a materializar esas enormes posibilidades. Trabajando mancomunadamente será menos difícil la faena y se podrá avanzar con más celeridad hacia metas más altas de progreso y bienestar.

En mi país tenemos una larga tradición de afecto y admiración por el pueblo argentino. Su vocación por la cultura y la libertad la tenemos en la más alta estima y suscita nuestro más acendrado aprecio. En 1893, el presidente colombiano Rafael Núñez nombró al gran poeta Rubén Darío cónsul de Colombia en Buenos Aires, con el propósito expreso de que una inteligencia como la del bardo nicaragüense tuviera la oportunidad de familiarizarse con el ambiente cultural de la capital austral. La Reforma Universitaria de Córdoba de...

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