Hipócrates la tenía clara

Alberto Fernández y Sebastián Piñera, en enero de 2021

El juramento hipocrático ordena que, por lo menos, no hay que empeorar al paciente. Los gobernantes chilenos y argentinos deberían comenzar por no precipitarse.

Al igual que ocurrió con Uruguay, la Argentina tiene muy buenos argumentos. Sería de esperar que ahora los esgrima con bastante más sensatez. En aquella oportunidad, el presidente argentino convocó a todos los gobernadores, se envolvió en la bandera y elevó un diferendo técnico, simple de resolver, a la categoría de causa nacional, como si se tratara de las Malvinas. Cuarenta y tres meses con los puentes cortados y enésima reiteración del tic nacionalista de medios, no de fines: nosotros nos quedamos con la razón y el otro país, con la pastera.

Al parecer, el presidente Piñera pretende validar eventuales derechos internacionales mediante un simple decreto del Ejecutivo, alterando lo dispuesto por un muy exitoso tratado que regula pacíficamente el tema desde hace más de veinte años. Todo, sin elevar queja, discrepancia u observación previa alguna. Piñera está dejando a Chile muy flojo de papeles.

Las reglas más elementales de la diplomacia aconsejan no escalar las diferencias procurando establecer instancias de diálogo que eludan conductas emocionales que poco aportan. Entonces, lo primero es no dañar y lo segundo, no echar leña al fuego.

Pero la primera comunicación del canciller Solá no parece ayudar: cuando dos Estados enfrentan una diferencia, lo último que debe hacerse es invocar a la patria, so pena de que el otro haga lo mismo y ya ingresemos en terreno minado. Mucho más cuando esa vara de medir patriotismo se extiende a la oposición política dentro del propio país, a la que se termina colocando en el condenable papel de auxiliar de la potencia extranjera que se encuentra mancillando los sacrosantos principios de nuestra intocable nacionalidad. El resultado es malo: elevamos el índice de nuestro enfrentamiento internacional al más alto de los niveles e, internamente, acusamos de traición a otros argentinos ("...reniegan de nuestros derechos") cuando debieran ser convocados a un frente común ante una real o supuesta agresión exterior. Desafiarlos a posteriori con que "digan quién tiene razón" descoloca el eje de la cuestión, toda vez que los caballeros de la oposición y el canciller están donde están para defender los intereses argentinos, y si llegamos al extremo de tener que definir dónde está la razón, corresponderá a...

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