Hermanos de sangre: historias en común del clásico de barrio mundial

El romanticismo quedó archivado. Tal vez, en los dorados años cuarenta. Acaso, en los cincuenta. O algo más tarde: en los sesenta. El Bambino Veira era un duende en la cancha, un pícaro en el bar, un dandy en la vida. Debajo de los rulos rubios, de las gambetas de un zurdo sin igual, de su piel dorada, cobijaba el blanco inmaculado de Huracán. El destino, tramposo en el transcurrir del tiempo, le construyó el bronce en San Lorenzo, el enemigo íntimo, el vecino de barrio, el amigo del tango y la noche, la excusa de su amor nuevo y verdadero. El Bambino fue Huracán y es, desde siempre, San Lorenzo. Se sentaba en el bar de Chiclana y Deán Funes para ver a Huracán y a San Lorenzo, siempre como local, domingo de por medio. Tantas veces sin dormir, con el sueño pasado de rosca, vestido de San Lorenzo, Veira le convertía un gol a la tarde a Huracán y, a la noche, se divertía jugando al billar en la sede de la Avenida Caseros. Con Ringo Bonavena. Amigos, fanáticos de San Lorenzo y Huracán. Juntos, en el "clásico de barrio más grande del mundo". A punto de ser declarado "de interés cultural" por la Legislatura Porteña.

"¡Lo hacía la misma noche del partido! Y no pasaba nada...", recuerda el también exitoso entrenador, en River y en Boca. Truco, tango, fútbol, boxeo, billar, vermouth, mujeres. Boedo y Parque Patricios. Ni una herida, ni charcos de sangre: hermanos, de esquina a esquina. Alguna vez le contó a El Gráfico: "Jugábamos el clásico, lo llevaba al Gasómetro, lo sentaba en la platea blanca y le decía: "quedate acá que en un rato meto el gol y te lo vengo a gritar". Los hinchas de San Lorenzo le decían cosas y él saludaba, siempre con el habano en la mano. Lo querían a Ringo...".

El tiempo lo confunde todo: el adversario es el enemigo, al rival hay que pisarlo. San Lorenzo y Huracán, básicamente, se odian. Se desprecian, habiendo crecido con los mismos lazos de sangre. Se reencuentran mañana por la tarde en el Nuevo Gasómetro, con el Ciclón campeón de la Libertadores, con el Globo ganador de la Copa Argentina. La última vez fue el 30 de abril de 2011: una tripleta azulgrana antes de unos de los tantos descalabros quemeros. El 28 de julio de un año después, se encuentran en el último choque: un amistoso sin goles y con amenazantes banderas. Esa última palabra, también en plural, recuerda un robo entre bandidos: esos que jamás fueron hinchas.

Más allá de las disparidades numéricas (títulos, historial, leyendas), se retratan con el mismo rencor...

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