Una hacendada inconformista: dejó la quieta vida de estancia para convertirse en una hacedora serial de experiencias

Gabriela es un alma viajera, y de sus viajes se nutre para sus hoteles boutique

Gabriela Martin tiene una historia de princesa escapada de un castillo. Tuvo un casamiento acomodado, con un caballero apetecible y adinerado del campo bonaerense. De la casa de sus padres se fue a la de su esposo apenas pasados los 20 años. Por entonces le parecía que el mundo estaba por hacerse. Estancia enorme, horizonte amplio, tiempo de sobra. El proyecto parecía el sueño de cualquiera: todo el tiempo del mundo por delante para ocuparlo en lo que quisiera. Sin embargo, el marido -muy abocado a las tierras- pasaba más tiempo lejos de casa que en ella. Algo así como vivir con presencia durante una semana al mes.

La gran compañera de aventuras es su hija, Maria Martin

La vida se hacía solitaria

Todos los proyectos de Gabriela se habían resuelto en un trimestre. La casa estaba a punto. Había rediseñado el estilismo a su manera. La huerta había crecido de sus manos. Ya conocía cada palmo entre alambre y alambre de sus caminatas diarias. El sol duraba demasiado en el cielo y la luna otro tanto por la noche. Los hijos no llegaban, la soledad era permanente en una casa soñada pero para nadie más que para ella.

Gabriela es un alma nómade, y de sus viajes se nutre para sus hoteles boutique

El pueblo cercano quedaba a larga distancia. No era una opción que la entusiasmara demasiado, pero inquieta, decidió andar otros caminos: llenó la despensa de conservas caseras; empezó a engancharse en la cocina; descubrió una socia posible para organizar eventos en las cercanías y fue entonces cuando las mejillas se le empezaron a llenar de color.

Volver a los orígenes: desenrollar el pergamino

Estaba ultraocupada, pero siempre sola a 250 km de Buenos Aires. El dueño de casa, cada vez que regresaba, cuestionaba la necesidad de Gabriela de volar más allá de la tranquera: "Si acá no falta nada", escuchaba ella de su marido. Y un día tuvo una epifanía: "esto no va a cambiar". Sin mucho titubeo cargó en su auto todo lo que pudo y partió de regreso a la casa de sus padres. Instalada allí, volvió a vincularse a la temática en la que ya se desenvolvía, la gastronomía: eventos de caza, restaurantes que fueron leyenda al empezar y, ni bien Gabriela se aburría, fenecían para renacer, como el ave fénix, en otra cosa. Ella misma se encargaba de cocinar, (su must son los ñoquis "como los hacía mi mamá Helena"), de preparar los servicios de catering. A los 24 años amaba su profesión, pasó por...

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