'¡Hacé caso!': las marcas que dejan los gritos en los chicos

"Más de una vez le grito cosas horribles a mi hijo de siete años porque no quiere subirse al auto. Y cuando me mira con tanto enojo, termino odiándome a mí misma. «Sé que te estoy fallando. Sé que merecés lo mejor? pero ¡subite al maldito auto!»". Para resumir cómo se siente después de gritarles a sus hijos, Romina B., madre de Román, de siete años, y de Felipe, de tres, cita una escena de la película Mi nombre es Sam, en la que Michelle Pfeiffer hace su descargo de madre culpógena. "Así me quedo después de gritarles, pero, a veces, uno se desborda y no sabe cómo hacer para que hagan caso", confiesa.

"Los gritos son quizá la forma más invisible de violencia contra la infancia o, mejor dicho, invisibilizada, porque no deja marcas físicas evidentes", explica Alejandra Perinetti, directora de Aldeas Infantiles, una ONG que se ocupa del maltrato infantil. Al menos, eso era lo que se creía. Distintos estudios de neurociencias demuestran que los gritos dejan secuelas en el cerebro de los chicos y que pueden tener consecuencias que van desde hipertensión y depresión en la vida adulta hasta baja capacidad de respuesta a consignas sencillas durante la escolarización.

¿Qué le pasa al cerebro de los chicos cuando los padres les gritan? "El grito activa todas nuestras alertas innatas de peligro. El corazón se acelera, se empieza a segregar adrenalina y las pupilas se dilatan. Se segrega cortisol, la hormona del estrés, que prepara para dar respuesta a ese peligro. Es una reacción que compartimos con las demás especies animales", explica el neurólogo infantil, Nicolás Schni, especialista del Instituto de Neurología Cognitiva (Ineco).

Y agrega: "Crecer con niveles elevados de cortisol puede traer consecuencias en el largo plazo. El estrés postraumático genera modificaciones estructurales y tiene repercusión en la conducta".

No sólo se producen daños a largo plazo. Las neurociencias explican que los gritos activan un área del cerebro de los chicos que impide que hagan eso que los padres están buscando. "No pueden pensar ni razonar. Entran en un modo de supervivencia que sólo les permite tres respuestas: huir, luchar o paralizarse", explica Verónica de Andrés, una de las autora del libro Confianza total para tus hijos (Planeta), magíster en Educación de la Universidad de Oxford Brookes de Inglaterra y especializada en neurociencia y aprendizaje efectivo.

"En la parte baja del cerebro están las emociones y lo instintivo. Es la sección destinada a la...

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