Cuando se habla de reconciliación

Cuando el año pasado se publicó Hijos de los 70, el libro que escribimos con Astrid Pikielny sobre la generación que heredó las marcas del pasado reciente, muchas veces nos preguntaron si nuestro objetivo había sido "aportar a la reconciliación nacional". Habíamos reunido en un mismo libro testimonios con historias y posiciones muchas veces irreconciliables: hijos e hijas de militares y policías condenados; de padres y madres asesinados por la dictadura, por la triple A o por las organizaciones armadas; de padres guerrilleros, desaparecidos y madres obligadas a parir en cautiverio; hijos que defienden los juicios de lesa humanidad e hijos que denuncian su ilegalidad; hijos que piden "reconciliación" e hijos que se preguntan cómo se puede pedir reconciliación cuando todavía se oculta información sobre las víctimas.

Muchas veces nos preguntaron si esa reunión de voces buscaba impulsar una reconciliación. Sin embargo, no nos habíamos propuesto plantear una tesis o impulsar un programa. Mucho menos abonábamos la homologación de responsabilidades entre los crímenes de la dictadura y los de las organizaciones armadas. Pero habíamos tomado contacto con algunos testimonios de hijos que, sorprendentemente para nosotras, se formulaban preguntas a contrapelo de lo que se suponía que debían decir o sentir los hijos de tal o cual experiencia. Hijos que defendían las acciones de sus padres, pero también hijos que los cuestionaban; hijos que se habían asomado al dolor del otro lado -por casualidad o por curiosidad o por un genuino interés humano- a veces con desconfianza, pero sin que la mirada crítica les impidiera respetar la dignidad del dolor del otro, aunque no hubiera ni entonces ni ahora acuerdo posible.

A pesar del conflicto no saldado -ni en la realidad ni en el libro- muchos de estos hijos aceptaron revisar sus propias certezas y mostraron empatía por esas otras heridas de otros hijos que reivindicaban identidades políticas insoportables para ellos, incluso cuando eran hijos cuyos padres habían estado vinculados directamente con su propia tragedia familiar. Buscábamos una memoria polifónica, no binaria. Aunque se tratara de memorias en conflicto que no tenían por qué saldarse en esas páginas y que tal vez no se salden nunca. No se ponían de acuerdo, pero podían escucharse y ponerse en el lugar del otro.

Siempre me pareció que eso, sólo eso, ya era casi un milagro de la vida en común, de esos milagros que sólo años de democracia pueden producir...

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