Gustav Klimt y Egon Schiele: los pintores de la crisis de hace cien años tienen mucho que decir sobre el siglo XXI

"Bueno, se acabó", dijo Gustav Klimt cuando Gustav Mahler se fue de Viena, hacia 1907. El pintor se equivocaba, pero solamente en parte. La historia siguió. Lo que llama la atención es que la partida de un compositor fuera una catástrofe artística. La frase revela la intimidad que había en la Viena de esa época entre cada una de las artes: variaban los materiales, pero las discusiones eran las mismas. Los mismos problemas con los que trabajó en su momento Mahler fueron heredados por Arnold Schönberg en la música, por Adolf Loos en la arquitectura, por Karl Kraus y por Hugo von Hofmannsthal en la literatura, por Klimt en la pintura. Otra figura crucial de la Viena de esa época, el poeta Peter Altenberg, le dedicó una definición bastante parecida: "Klimt, eres un pintor visionario y un filósofo moderno al mismo tiempo, un verdadero poeta moderno". Está casi todo dicho. "Creo que todo artista debe ser un poeta", había escrito Egon Schiele, discípulo díscolo de Klimt.

Kraus se refirió a la Viena de la época como "etapa experimental para el hundimiento del género humano"; Klimt y Schiele dejaron la representación más desesperada de ese hundimiento, y los dos murieron hace 100 años, en 1918, cuando el final de la Primera Guerra (que según Eric Hobsbawm marcó el inicio del siglo XX) selló el derrumbe de una época: el fin del glorioso Imperio austrohúngaro y su despotismo ilustrado, la caída de los Habsburgo, que plantó además la simiente de la Segunda Guerra.

El período más explosivo de la poética de Klimt coincide cronológicamente con aquel en el que Sigmund Freud escribía La interpretación de los sueños. En la historia no hay casualidades. En un pasaje de La Viena de fin de siglo, su estudio ya canónico, Carl Schorske explicó la afinidad. "En su búsqueda de un camino que los alejara de las ruinas de la concepción sustancialista de la realidad, los dos emprendieron un voyage intérieur".

Este viaje interior ganó todo su esplendor en el friso de Beethoven, de 1902, que debía acompañar la monumental estatua de Beethoven de Max Klinger en la exposición de la Secesión vienesa. En pocas palabras, lo que Klimt pone en pintura allí es la posible redención por la vía del arte. Ni Klimt ni Freud lograron imponerse sin resistencias. Pero, en cualquier caso, sus pares advertían la afinidad. En una carta del 6 de septiembre de 1921, Anton Webern le dijo a Alban Berg que Schönberg creía que Klimt era uno de los pintores más refinados de todas las épocas. En el...

Para continuar leyendo

Solicita tu prueba

VLEX utiliza cookies de inicio de sesión para aportarte una mejor experiencia de navegación. Si haces click en 'Aceptar' o continúas navegando por esta web consideramos que aceptas nuestra política de cookies. ACEPTAR