La guerra interna

Contra lo que muchos esperaban, Cristina siguió alimentando el conflicto con Moyano: de un solo tirón lo llamó escorpión, liberal y extorsionador, elíptica pero expresamente le atribuyó responsabilidad en la muerte de su marido y amenazó con ventilar su archivo, pensando en el pasado que lo vincula con la Triple A y no tanto en el más reciente que lo liga al kirchnerismo. La Presidenta se negó además a actualizar el mínimo de Ganancias y aun cuestionó la justicia de ese reclamo, a riesgo de arrojar en brazos del camionero a amplios sectores de ingresos medios. La apuesta sigue siendo la misma que lanzó cuando estaba por ser reelegida: instalar la idea de que el jefe de la CGT no tiene ya rol alguno que cumplir en la vida sindical, mucho menos en la política, por el simple pero inapelable expediente de negarse a hablar con él y atender sus demandas. Aunque, a seis meses de iniciada esta disputa, parece que el camionero está logrando dar vuelta la taba y dejar sentado que, si no hablan, el problema es de ella más que de él.

Hay quienes piensan que el curso que tomaron los acontecimientos es positivo para la democracia argentina, porque reabre la competencia política y limita la concentración de poder en el Ejecutivo. La Presidenta no podrá ya monopolizar la agenda y la toma de decisiones, deberá refrenar la partidización del Estado y hasta tal vez tenga que corregir errores de política económica. Pero están también los que dudan de la capacidad del pluralismo peronista para oficiar como sucedáneo eficaz del pluralismo democrático: como ya sucedió en otras ocasiones, la competencia entre peronistas tiende a abarcarlo todo, desde la política fiscal y de ingresos hasta las normas electorales y la propia Constitución, con la consecuencia de que las reglas de juego se debilitan y los comportamientos facciosos se generalizan. El propio oficialismo ha estado agitando este temor, aunque con pudor, para no terminar abonando la analogía con los conflictos vividos en tiempos de Isabel y Lorenzo Miguel. Quienes evocaron expresamente el "Rodrigazo" de 1975 lo han hecho, en cambio, sin ningún remilgo y exagerando, al solo efecto de desacreditarlo.

La pregunta que habría que hacerse es si los actores ahora en pugna pueden moderar sus inclinaciones facciosas y, obligados a competir, comportarse mejor de lo que lo han hecho hasta aquí, mientras comulgaron. ¿Podrá Moyano, una figura por más de un motivo reñida con el pluralismo y el Estado de Derecho, cumplir...

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