Grondona y Othacehé, próceres de la patria socialista

A la derecha de Raúl Alfredo Othacehé sólo hay una pared, y es bastante oscura. A su lado, los macristas más conservadores lucen como socialdemócratas europeos, y Carlos Menem es un hippie del Mayo Francés. Alguna vez Adolfo Pérez Esquivel le endilgó a Othacehé utilizar patotas violentas para producir temor y acallar a los disidentes. Y su deserción del Frente para la Victoria fue celebrada amargamente por Hebe de Bonafini, que lo vinculó entonces con Ramón Camps y el Batallón 601, y denunció al sempiterno intendente por "reclutar en sus filas a represores de la dictadura militar". El poderoso patrón de Merlo no respondió casi ninguno de esos ataques; vivió los fulgores de la breve primavera massista hasta que llegó este frío y escuálido invierno, y entonces regresó al kirchnerismo a tambor batiente. Lo despidió con bronca Hebe y lo recibió con alegría Wado de Pedro, que tiene a sus dos padres desaparecidos, fue militante de la agrupación Hijos, y ahora es secretario general de la Presidencia, con la encantadora misión de reclutar a los barones más reaccionarios del conurbano bonaerense.

La cosecha de Wado resultó exitosa y encierra una cruel broma del destino. Pero hay otra lectura posible: el cristinismo, hijo de la progresía local pero también de la oligarquía peronista, demuestra de un modo cada vez más desembozado que su única y genuina ideología es el poder. A cualquier precio. Incluso, si es necesario, abriéndole los brazos al abominable hombre de las nieves. Sólo desde este pragmatismo brutal, desprovisto de cualquier épica y virtud, se entienden las grandilocuentes operaciones culturales e históricas que luego necesita desplegar el Gobierno para otorgarle un maquillaje honorable a su táctica depredadora. Hacen falta muchos sables corvos para tragarse el sable de Othacehé. Y se precisa mucha retórica patriótica para que la militancia luche y luche, hasta conseguir su nuevo objetivo emancipador: sentar a Scioli en el sillón de Rivadavia. Admitamos, con todo, que el titán naranja es Felipe González al lado del duque de Merlo. Las cosas como son.

Para explicar esta flojedad de escrúpulos que instrumentan las almas bellas del kirchnerismo a la hora de la verdad, cuando las papas queman y hay que pactar con cualquiera para no perder las elecciones, nada mejor que la doctrina Aníbal Fernández: los intendentes se dan vuelta porque "el tobogán termina en el arenero". Pero visto de cerca resulta que no es arena lo que ofrecen, sino oro en...

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