La gran victoria

MELBOURNE.- La desolación y el sufrimiento siempre fueron sinónimos de Minsk. Una pequeña ciudad, hoy capital de Belarús, nacida para el dolor. Sus días, grises y melancólicos como un buen tango, la acompañan desde la prehistoria. En los primeros días de la segunda guerra, los nazis destruyeron todo lo que hubo a su paso: libros, ideas, edificios, mujeres, niños. En Minsk construyeron el imperio que duró unos cuantos años, aún recordados con angustia en sus calles sombrías, bajo las típicas edificaciones socialistas. Décadas más tarde, la cortina de hierro asfixió sus sueños de libertad, oprimida en algunos valientes gritos del silencio. Sin embargo había olor a esperanza durante 1989. Se olfateaba en sus calles, militarizadas por un régimen protector, celoso y carcelario. Qué mejor mensaje liberador que el fruto del vientre: el 31 de julio de ese año nació una bella criatura rubia, de ojos azules, llamada Victoria. La pequeña Victoria. Detrás del hospital público se gestaba algo verdaderamente grande: el principio del fin de la opresión. Meses después, cuando la princesa apenas empezaba a gatear, en Berlín, algunos pocos kilómetros más allá, se caía el muro más vergonzoso de la humanidad. Azarenka nació en el año de la libertad. Victoria nació en una ciudad destruida por extranjeros, arruinada por vecinos, y renacida, a partir de hoy, por una nueva reina que celebra a la distancia. Victoria levantó su mano y extendió sus dedos índice y mayor. Es su gran Victoria. A su modo, le devolvió a su tierra el orgullo extraviado por tantas décadas de humillación. Hoy en Minsk no nieva: florece.Algunas de esas historias fueron contadas, con el tiempo, por sus padres Alla y Fedor, que le dieron amor, contención y una señal de libertad: que la pequeña Victoria pueda abrir sus alas y marchar de su nido en busca de un mundo mejor. Lo que sus padres no debían, en la fría y deprimente Minsk. Como si se tratara de una paloma, Azarenka se prendió de una raqueta desde los siete años y se lanzó a volar. Tan, pero tan alto, que hoy, a los 22 años, se codea con las nubes. Con la luna y con el sol. Es la nueva reina del tenis: flamante número uno. Vencedora del Australian Open, su primer título grande. Su triunfo contra la rusa Maria Sharapova por 6-3 y 6-0, con una sabia lección de potencia y versatilidad desde la línea de fondo, con una derecha nacida para noquear a la distancia, se celebra en las, a partir de hoy, alegres calles de Minsk. También en Arizona y en Montecarlo...

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