La gran fiesta del reencuentro

El magnífico escenario, maquillado a pleno de rojo y blanco, matizado con fantasmas de leyendas coperas, no se parece a una cancha de fútbol. Sábado de invierno a la tarde, casi 20 grados entre la multitud entusiasta en el Estadio Ciudad de La Plata. Hay luces, hay música, hay celebración: esto no es un partido de fútbol, es una disco al aire libre. Sólo faltan los tragos: hasta bellas damas, vestidas de noche, andan dando vueltas. Es, en realidad, un amistoso internacional. Otra huella de la Copa Euroamericana, una idea de DirecTV para que la pelota vuele de un lado a otro del océano. Vuelve Juan Sebastián Verón y buena parte de La Plata (decir la mitad, se parece a una migaja) se viste de smoking. Con 38 años, herido por el último tiempo de su club, que es una suerte de extensión de su cuerpo, atrapa los botines colgados y los baja a tierra. Vuelve, también, al avizorar la mediocridad general: con un par de conceptos, los de siempre, se roba la escena. Un ladrón sutil.Es la gran fiesta del reencuentro. Con la Bruja, que exhibe un nivel mejor al esperado. Con Duvan Zapata, que se va, pero se queda (al menos por ahora). El colombiano arrolla la sed de goles: cada vez que pisa el área, es un huracán. Está, del otro lado, impecable traje negro con camisa blanca, el Cholo Simeone, con su exitoso Atlético de Madrid. Lo aplauden más de lo que lo silban, pero la mayoría es indiferente con el DT campeón en el León (aquella inolvidable final contra Boca), pero que luego hizo doler con su portazo. El reencuentro es para todos. Hasta se aplaude a Chapu Braña y Chino Benítez, hoy en Quilmes, tras varias temporadas con sudor y casi ninguna lágrima. Sin embargo, la tarde de sol es para Verón. Para nadie más.Varias banderas, algunos cánticos (aquel de "es la famosa Bruja que volvió a Estudiantes para ser campeón..." es la que más agrada) y una camiseta encuadrada con la leyenda Idolo 11, en el centro de la hinchada, lo saludan, a modo de bienvenida. Todo por él.Levanta la cabeza, mira a un compañero (puede ser Román Martínez, puede ser el pibe Auzqui) y lanza el balón. Que cae en el pecho; alguna vez, en el botín. Se encarga de los tiros libres, hasta se arroja a los pies. Está motivado, verdaderamente. Tiene un rival: el físico. Al otro, al transcurrir del tiempo, le gana con personalidad. La gente lo arropa. Le perdona todo: como en aquel despiste de Rulli, el pibe, el arquero, cuando la Bruja lo envenena con...

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