El Gobierno, radicalizado, quema los puentes

Antes de darle una estocada a traición al en medio de la protesta de la policía bonaerense, el Presidente volvió a recitar su mantra. "Soy un hombre de diálogo", repitió con el tono íntimo y cansado del que está más allá de todo. Le imprime a la frase una convicción cada vez mayor, como el actor veterano que depone los trucos y abre su alma. El problema es que en cada uno de sus actos demuestra lo contrario. Esa contradicción entre las palabras y los hechos, constitutiva del kirchnerismo, está disolviendo su figura. Habilitar un diálogo genuino supondría, a un tiempo, romper su sociedad con la vicepresidenta, algo que no parece dispuesto a hacer. Por eso Alberto Fernández está condenado a convertirse en la caricatura que supo ser cuando, en un intento fallido, fue llamado a ocupar el cargo y el rol que ahora ocupa él. Cuando Cristina Kirchner maneja los hilos, da lo mismo que proclames a los cuatro vientos tu fe y tu esperanza o que declares sin pestañear tu amor por el diálogo. Cada vez que abras la boca, no saldrá de allí mucho más que aire.Pero el asunto va más allá del espectáculo de un presidente que se inmola en público cada vez que habla. Porque el diálogo, que es lo que la Argentina necesita ante y sus consecuencias, es precisamente lo que el Gobierno dinamita para alcanzar los objetivos de la vicepresidenta. La razón es obvia: el sometimiento del Poder Judicial y del Congreso para consagrar la impunidad y quebrar el sistema democrático reclama la violencia propia de todo asalto. Es decir, lo opuesto al diálogo.El manotazo intempestivo con que el Presidente le quitó a la ciudad de Buenos Aires parte de la coparticipación para dársela a la provincia es otra prueba del "vamos por todo" y un síntoma de la enajenación de un gobierno cada vez más sordo a las necesidades de la sociedad, que aprovecha la pandemia en beneficio propio. Para la vicepresidenta no hay otra agenda que la suya y la impone a toda la administración. Conducido por fanáticos y cínicos, o por políticos temerosos que no se atreven a contrariar a la gran jefa, el país va a la deriva mientras los males que inflige el coronavirus se agravan y el golpe a las instituciones pergeñado desde el mismo Gobierno avanza sin pausa.La mordida en los fondos de la ciudad refleja la radicalización que impone Cristina Kirchner desde el Senado. Por donde se la mire, la decisión responde a la estrategia de choque de la vicepresidenta. Por un lado, lleva a su molino la caja que le birla a...

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