Una gala de ballet para enamorarse

Desde el centro mismo de su concepción, hay diferentes formas de engendrar una gala de ballet: como un continuado de pas de deux, cuál más virtuoso, que entre piruetas interminables y saltos elásticos dispare en el escenario algo parecido a un show de fuegos artificiales; como una cumbre de nombres top, traídos especialmente de las compañías más importantes del mundo (de Londres, Hamburgo, París, Stuttgart, Nueva York) para una ocasión única en la que se le da vía libre a una tácita competencia interestelar; o como un espectáculo que, sin desdeñar en absoluto ninguno de los ingredientes anteriores, pone como elemento principal de la receta el poder del arte: el poder de crear, de comunicar, de emocionar, de sorprender... En esto radica el mayor mérito de la Gala Mundial de Ballet que anteayer a la tarde convocó, en el Teatro Colón, una docena de bailarines virtuosos, de estrellas, pero sobre todo de artistas.

Ese criterio que expuso la factura del programa es del actual director de la compañía anfitriona, Maximiliano Guerra, que apostó no sólo a títulos e intérpretes -los anzuelos más reconocibles por el gran público- sino a coreógrafos, y logró así abrir el abanico y subir la vara a lo que se suele ver en materia de danza en el Colón. Hubo piezas contemporáneas de algunos de los creadores vivos más relevantes del siglo XX (muy vigentes en este SXXI) como Nacho Duato (Por vos muero se había visto ya en la Noche contemporánea del Teatro este invierno), John Neumeier (primero con Hamlet y luego con La dama de las camelias), Angelin Prejlocaj (Le parc se titula el genial dúo del final). Ineludibles en un panorama de la...

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