Fraudes, trampas y matones: viaje sin escalas a los años 30

"Voy a votar por Scioli y por Aníbal Fernández para que no gane la derecha", se escucha en algunos segmentos politizados y pitucos. Esta misma semana una fracción del Partido Comunista visitó al jefe de Gabinete y le ofreció su tierno corazón. Decenas de artistas progres le dejan mensajes de aliento y adhesión al camarada Fernández y proclaman que el camarada gobernador es una figura emancipadora. Todos esos "socialistas" invertebrados se suben así al carro triunfal de un movimiento que se ha transformado en un triste remedo del conservadurismo bonaerense de los años 30. Un régimen de oligarcas estatales y caudillos pesados donde hay denuncias de fraude, canje de alimentos por votos, mafias territoriales y matonismo naturalizado. Es que la maquinaria pejotista, sus enemigos íntimos y sus circunstanciales aliados buscan la hegemonía y forman en verdad el más rancio statu quo: la nueva derecha argentina. Casi cualquier partido democrático que se les opone parece más progresista que ese feudalismo festivo, luctuoso, unido y organizado.

Varias escenas de estos días parecen extraídas de las viejas crónicas de Barceló y Ruggerito: un ex gobernador denunciando que le birlaron 140.000 votos, la naturalización de que se roban entre tres y cuatro puntos por elección en algunas provincias, gánsteres de las calles y de las urnas en el conurbano profundo, punteros tucumanos que ofrecen bolsones de comida y efectivo a cambio del sufragio, el emperador de Tucumán paseando en camello o en Learjet y atendiendo a todo su gabinete en su casa y en paños menores, un militante radical que discute con una fuerza de choque y luego muere baleado a metros de su casa. Y todo esto sin contar con las noticias habituales de súbitos enriquecimientos y corrupciones pergeñadas desde el Estado, y también de las andanzas impunes de narcos que tienen protección del poder político. Qué esperanzador panorama, qué bella es la patria progresista. Esto ya parece el Mayo Francés.

La reaparición de la Presidenta no sirvió para atenuar esta situación incendiaria, sino para alimentarla con leña verbal. Se podría decir, con mirada piadosa, que su incursión en el trágico caso de Ariel Velásquez resultó un papelón estrepitoso. Pero, en rigor de verdad, se trató de algo mucho más grave; no existe palabra educada en el castellano moderno para describir el pecado que ella cometió. Cristina Kirchner evitó un pésame a la familia de la víctima y eludió moverse con precaución de estadista...

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