El filósofo y la puesta en escena del pensamiento

Cuando lo conocí, hace casi un cuarto de siglo, no había leído todavía lo que otro había escrito de él. "Alejandro Rússovich? Russo es para mí la personificación de la genial antigenialidad argentina. Lo admiro. Mecanismo cerebral infalible. Inteligencia, espléndida. Capacidad de percepción y asimilación. Imaginación, inventiva, poesía, humor. Cultura. Una percepción del mundo complejos y llena de desenvoltura? La facilidad. Esa facilidad proviene del hecho de que él no quiere -¿o no sabe?- sacar provecho de sus ventajas. [...] Pudiendo ser célebre, no quiere -¿o no sabe?- destacarse? No quiere luchar contra la gente. Discreción. No quiere imponerse. La bondad. La bondad lo desarma. Su actitud ante los demás no es suficientemente aguda. No combate con ellos, no se les echa encima. No necesita a los demás para ser alguien."

Quien habla es Witold Gombrowicz en una entrada de su diario fechada en 1954. La relación de Rússovich con Gombrowicz se remontaba a los años cuarenta, y a las reuniones en el café Rex de la calle Corrientes. Se jugaba al ajedrez y Alejandro se agregó sobre el final al "comité" que traducía al castellano (reescribía en castellano) Ferdydurke. Nadie sabía polaco. Casi enseguida, Rússovich haría con Gombrowicz también la traducción (la reescritura) de la pieza teatral El casamiento. La amistad, compleja, duró hasta que Gombrowicz se fue de la Argentina.

Pero, como decía, cuando lo conocí no sabía nada de esto. Había leído ya Ferdydurke, pero la edición de editorial Sudamericana omitía los nombres del comité de traducción y entregaba a cambio un prólogo de Ernesto Sabato, por lo que el libro parecía escrito originalmente en castellano. Supe esto de casualidad. Yo leía el libro en el subte B y un pasajero se acercó a señalarme el error de esa edición. Antes de bajarme le pregunté el nombre. En un papelito anotó: "Zelarayán".

Rússovich enseñaba en la Facultad de Filosofía y Letras en una cátedra que, estoy casi seguro, tenía como titular a Tomás Abraham. Ya ahí era evidente la condición excepcional de Alejandro. Nada de historia de la filosofía: problemas que demandaban ser considerados y que podían encontrarse en El banquete de Platón o en Ecce homo de Nietzsche. Sus clases eran felizmente antiacadémicas, y había en ellas una alianza de libertad y concentración que no volví a encontrar.

Terminó ese curso y, con un grupo mínimo, organizamos reuniones para estudiar privadamente con...

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