La Feria del Libro rompió la palabra y fue tribuna política

La primera vez puede haber sido un accidente; la segunda fue una imprevisión. Igual que el año pasado, los discursos de la apertura de la quedaron : los asistentes con pancartas preparadas le dieron la espalda al orador . Resulta inconcebible que el secretario de Cultura de la Nación tenga dificultades para pronunciar su discurso dos años seguidos. La crisis de la industria editorial es incuestionable, pero ninguna crisis se arregla con otra crisis. Es claro que la Feria volvió a incurrir en una ingenuidad que no se puede disimular: la de convertirse en una tribuna política. Tan claro como que . Y no hay diálogo cuando una parte silencia a la otra. La repetición del episodio sienta un precedente alarmante: por un lado, la ilusión de que cualquiera que esté en desacuerdo con la opinión de un ministro o secretario tiene la potestad de hacérselo saber privándolo del uso de la palabra. Por otro, se termina dando legitimidad a una metodología fascistoide de protestas.Cuando se lo piensa detenidamente, el fascismo se reduce después de todo a lo siguiente: silenciar a quien no está de acuerdo con uno. Que este episodio haya sucedido en la Feria es particularmente penoso. Tal vez por una superstición, creemos que el ámbito del libro, el ámbito intelectual, es civilizado, ilustrado.La elección de la prestigiosa antropóloga Rita Segato no queda al margen del escándalo. La cuestión no es objetar a Segato. La refutación o la adhesión a sus posiciones, sumamente objetables, queda fuera del linde esta discusión. Lo que importa en este caso es subrayar el inusitado error de cálculo político de la organización de la Feria del Libro cuando las autoridades eligieron a esta intelectual argentina para pronunciar el discurso inaugural.A nadie se le pasa por alto que a algunos grupos feministas radicalizados les cuesta bastante aceptar la disidencia y que, además, mantuvieron desde el principio un discurso opositor al gobierno nacional. A nadie se le pasa por alto tampoco que parte de esos grupos iban a ir escuchar a Segato. Voluntariamente o sin querer -es pronto para saberlo-, ese acto inaugural volvió a ser el ring de un enfrentamiento que podría haberse evitado.En su libro Construir al enemigo, Umberto Eco cuenta que el romano Plinio no encontraba cargos significativos contra los cristianos; sabía que no se dedicaban a cometer delitos, sino solo a llevar a cabo acciones virtuosas. Aun así, los condenaba a muerte porque no se sacrificaban al emperador, y esa...

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