Federico Klemm, del pobre niño que no podía pronunciar la erre al príncipe rebelde

Federico Klemm

FEDERICO KLEMM (al programa Autobiografías , de Canal á): Nací el 25 de marzo de 1942 en Checoslovaquia, durante la ocupación alemana. Mi madre fue Rosa Marekev Klemm; mi padre, Frederick Josef Klemm. Era hijo único. Mi madre decía que en esas épocas tan difíciles era una inconciencia pensar en tener más hijos. Mi padre tenía la representación de varias firmas y era proveedor de materia prima, tanto para la industria grande como para el Estado. El lugar en el que nací se llama Liberec, aunque los nazis le habían cambiado el nombre durante la ocupación. Los alemanes invadieron el país con el pretexto de ser maltratados en esa región, lo cual no era cierto. Ellos querían anexar el territorio al Tercer Reich, así que vivía en una zona de litigio. De Checoslovaquia tengo muchos recuerdos, a pesar de mi corta edad por entonces, así que evidentemente viví cosas que fueron fuertes para mí. Un primer recuerdo es de cuando yo tenía 2 años y había una fiesta para chicos que organizaban en la ciudad en un teatro hermosísimo, donde había obras con marionetas —lo que yo iba a ver—, ópera y recitales sinfónicos. En esa fiesta, cada chico hacía su gracia, recitaba un versito, por ejemplo. Cosas simples, por supuesto, nada de Chéjov. Y cuando yo hice mi recitado, arranqué un aplauso instantáneo. Fue mi primera ovación, podría decirse. Y me fomentaban mucho la fantasía. Mi madre tenía una gran sensibilidad, y todos los días me contaba cuentos que ella misma inventaba.

Un segundo recuerdo es durante unas Navidades en las que mi abuelo, un hombre que usaba siempre tapados de piel y que no era de hacer regalos muy especiales, abrió la puerta de la casa y estaba la entrada llena de regalos. Entonces exclamó: "Adiós, Niño Jesús". Yo corrí a la ventana para verlo, pero por supuesto no vi a nadie. También recuerdo bombardeos, sin duda. No sé por qué nos atacaban, supongo que por los partisanos que estaban en rebeldía contra la imposición nazi. Pero me acuerdo de estar en el tren y que comenzaran a caer las bombas, entonces teníamos que bajar y ponernos debajo del tren para protegernos.

"Klemm", de Rodrigo Duarte, un collage de testimonios que retratan a un personaje inolvidable

DALILA PUZZOVIO (amiga y artista): El padre era alemán, y la madre, checoslovaca; entonces, las tensiones que eso creaba en aquel momento histórico particular eran muchas. Sé que Rosita vivió durante la Ocupación con el terror a flor de piel, y el padre debió abandonar el país una vez que los nazis perdieron y fueron echados de Checoslovaquia. Él huyó con todo el dinero familiar y escondió en la casa de unos primos a Rosita y a Federico, que era muy chico. El plan era estar ocultos allí por un tiempo y luego irse a Suiza para desde ahí viajar a la Argentina. Rosita me contó que en un momento aparecieron unos tipos en la casa donde estaban escondidos y les dijeron que sabían quiénes eran y que iban a denunciarlos por colaboracionistas, así que debieron escaparse y refugiarse en otra vivienda hasta que pudieron huir hacia Suiza. La noche en que partieron, Federico estaba con fiebre escarlatina, pero Rosita decidió seguir con el plan de todas formas. Un auto los recogió y solo tenían que pasar los controles de los puestos fronterizos. Rosita me confesó que esos minutos fueron los momentos de mayor pánico de su vida, porque tenía miedo de que Federico dijera alguna palabra en alemán durante el intercambio con el agente de control checo, y eso los delatara. Entonces le llenó la boca de bombones para que estuviera ocupado y no pudiera hablar. "Ese terror nunca me abandonó", me dijo una noche.

FERNANDO EZPELETA: Federico llegó con 7 años a la Argentina. Durante los primeros tiempos residió en Tigre, donde vivía un hermano de Rosita, pero estuvieron ahí solo unos meses. Luego de que llegara el padre, se compraron una casa en la calle Manuela Pedraza, en Belgrano, y al tiempo se fueron a la casa de French, donde viviría toda la vida. Esos primeros años sé que fueron difíciles para él, sufrió mucho bullying .

FEDERICO KLEMM (al programa Autobiografías , de Canal á): Fue una época de cambios bestiales para mí. Para empezar, tuve muchos problemas con el idioma español. Mi lengua en los primeros años de mi vida había sido el checo, luego tuve que pasarme al alemán, luego al checo otra vez y, finalmente, al español cuando vinimos a la Argentina. Todo en un período de siete años, y yo nunca he tenido facilidad para los idiomas.

Iba al colegio Juana Manso, por el barrio de Belgrano, y todos mis compañeros se reían de mí, de mi acento y de mi incapacidad para pronunciar la letra erre. Para peor, la maestra, una mujer mediocre, me hacía pasar al frente y leer textos del estilo: "El tren ferrrrocarrrril que cruza la barrrera a través de la tierra llega a corrrrer junto a los transeúntes para Corrientes". Eso era desopilante para ellos, y producía las carcajadas generales de la división. Yo practicaba en casa y en un momento conseguí decir bien la erre, pero no me animaba a largarme enfrente de todo el mundo.

Federico Klemm: "Un día llegué llorando a casa y le dije a mi madre: 'Mirá mamá, en el colegio son terribles conmigo, se ríen de mí, de que no puedo decir tal cosa y de cómo hablo'"

Un día llegué llorando a casa y le dije a mi madre: "Mirá mamá, en el colegio son terribles conmigo, se ríen de mí, de que no puedo decir tal cosa y de cómo hablo". Entonces mi madre mandó una carta —hizo que una amiga se la escribiera— en la que le decía a la maestra: "Hemos pasado por momentos muy difíciles, y no quisiéramos haber venido a la Argentina para que se rían de nuestro hijo porque no puede pronunciar el idioma". Mandó esa carta y, al día siguiente, nadie más se rio. Se acabó ese grotesco sobre el pobre niño que frente a tantos cambios históricos y de países no podía pronunciar la erre.

CÉSAR CASTELLANO: El Federico adulto hablaba muy poco de su infancia. Hacía alguna mención y enseguida se quedaba en silencio. Te daba la impresión de que no lo había pasado nada bien.

FEDERICO KLEMM (al programa Autobiografías , de Canal á): El secundario lo hice en el Carlos Pellegrini, que en aquel momento era una escuela comercial. Tenías mucha contabilidad, matemática financiera, mecanografía. Reconozco que, a la larga, algo me sirvió, pero en ese entonces no me sentí muy a gusto. El Pellegrini era adonde iban — y digo esto con respeto— los hijos de almaceneros, de pequeños comerciantes, y no había nada de dibujo ni música, por ejemplo, por lo cual fue algo horroroso para mí.

FERNANDO EZPELETA: En paralelo con su educación en el Carlos Pellegrini, se iniciaba en el circuito cultural de la mano de su madre. Visitas a museos, a galerías, shows de ballet. Además de, por supuesto, tomar clases con los mejores, canto lírico con Ru˚žena Horáková y actuación con Marcelo Lavalle. Y obviamente estaban los privilegios familiares: abonos al Colón, la membresía del Club Alemán, del Club de Golf, todos esos símbolos de poder de la burguesía incipiente a la que los padres pertenecían. Creo que el arte fue no solo una forma de asimilarse a su nuevo país, sino una manera de salir de ese ámbito opresor. Fue su forma de liberarse de los tormentos que vivía debido a su padre. Era sanador para él.

FEDA BAEZA (curadora y directora del Palais de Glace): Pese a lo que él decía, su casa no era completamente ajena al mundo del arte. Rosita Klemm había comprado algunas obras de Spilimbergo y de Victorica, y hasta le había encargado a Mariette Lydis que retratara a un muy joven Federico.

FERNANDO EZPELETA: Cuando egresó del Pellegrini, entró de inmediato a trabajar con el padre, un hombre muy hábil, que ya venía con una cartera importante de clientes de Europa, y enseguida de su llegada armó una empresa acá. Con el negocio de la celulosa, Federico padre competía mano a mano con Bunge & Born, por ejemplo. Todo esto no era nuevo, el abuelo de Federico había sido un industrial muy importante en Alemania, y continuar en el negocio familiar era un mandato. Así que Federico iba todos los días al escritorio. Se levantaba —aunque a las dos de la tarde, porque en la mañana él no existía—, hacía todos sus afeites, se vestía e iba. Su trabajo, principalmente, era estar ahí. Escuchar, aprender, ver lo que pasaba.

Un jovencísimo Federico Klemm

EDGARDO GIMÉNEZ (amigo y artista): El padre tenía la intención de que Federico siguiera sus pasos y se hiciera cargo de la empresa, escenario que él aborrecía. Lo obligaba a ir todos los días a la oficina, y él cumplía. Pero tampoco era que le dedicaba tanta energía. Una vez estaba contento porque había participado de una reunión de trabajo y decía que lo que se trató le pareció interesante. "¿Ah, sí? ¿De qué era la reunión?", le pregunté. Y me respondió, totalmente serio: "¿La verdad? No me acuerdo".

DALILA PUZZOVIO: Ya en esa época había una especie de leyenda alrededor de la fortuna familiar y de la actividad del padre. Se decía todo tipo de cosas. Pero la verdad era que, en la Argentina, los Klemm nunca tuvieron taller ni fábricas; el supuesto imperio se reducía a una pequeña oficina en la calle Corrientes para importar materias primas químicas. La realidad era mucho más aburrida que el mito. Lo que sí me parecía muy interesante era la relación de los Klemm con el socio de Federico padre, el doctor Haller, quien no solo había venido con ellos, sino que vivía con ellos. Había un misterio sobre si Rosita andaba con Haller o cuál era exactamente la naturaleza de la...

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