Por favor, que alguien lea esta columna

Tener que publicar una columna el día en que la selección se juega la vida ante Francia es de una crueldad manifiesta. Las perspectivas de que alguien la lea son francamente remotas. Si ya me cuesta que estos abordajes filosóficos y sociológicos de la actualidad argentina sean tenidos en cuenta un sábado común, imagínense hoy. Antes del partido la gente toma mate nerviosa, reza rosarios, invoca al Gauchito Gil, repasa las cábalas y ve esos infumables programas de TV en que les piden vaticinios a hinchas que llegan embanderados a la cancha. De sesudos análisis políticos no quiere saber nada. Después del partido, si ganamos, ¿quién va a empañar la fiesta recordando la cotización del dólar, la recesión y la malaria que se nos viene? Y si perdemos, el bajón será tan grande que apenas quedarán fuerzas para seguir viviendo. "De no creer", lo tengo asumido, no es consuelo para nadie.

Es decir: estoy en la lona. Pensé algunas cosas que me permitieran salir de este atrape. Una es creer que no solo escribo para mis contemporáneos, sino para la posteridad; ¡me leerán los historiadores del mañana! Incluso puedo llegar a ser de interés en las misiones diplomáticas con sede en Buenos Aires. No funcionó: ni yo mismo me lo trago; mi posteridad se cuenta en horas. Y en las embajadas también están viendo el Mundial. Otra cosa que pensé es que las plataformas digitales perpetúan los textos y los multiplican. Tampoco andó: hoy perpetuarán todo lo que tenga que ver con la pelota, no esta fina costura. El populismo ha llegado para quedarse. Finalmente me decidí. Nada de reflejar la realidad prolija y puntillosamente, con el apego sacrosanto a los hechos que caracteriza a este espacio. ¡Voy a hacer ficción! Soy un novelista frustrado, y por fin tengo la oportunidad de dar rienda suelta a mi imaginación.

Ahí vamos.

La huelga general del lunes fue el ejercicio de un derecho consagrado en nuestra Constitución; cero intencionalidad política. Los Moyano no fueron sus impulsores en la sombra, y de hecho no estaban de acuerdo con una medida tan severa. A los líderes de la CGT les preocupaba además el costo económico, estimado por Dujovne en casi 30.000 millones de pesos. Ofrecieron incluso una solución salomónica: si había 15.000 para ellos, ponían a todos a laburar.

También los obispos que alentaron este tercer paro contra Macri quedaron -y lo hicieron quedar al mismísimo papa Francisco- en una posición incómoda, porque a la Iglesia se la vincula más con el diálogo y...

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