La farmacia milenaria de la naturaleza

La historia de la ciencia puede tener tanto suspenso, contradicciones, romanticisimo y fantasía como la trama de Angel-A, la película de Luc Besson en la que un hombre y un ángel desesperados se enamoran cuando están a punto de poner fin a sus vidas saltando al Sena. Sus personajes son héroes y villanos, ganadores y perdedores, mentes superlativas poseídas por el misterio de enigmas que los cautivan. Galileo puliendo las lentes de su telescopio en las frías noches de la Toscana y enfrentándose con el Santo Oficio? Einstein saliendo a atender a los periodistas en pantuflas y compitiendo con Hilbert por ver quién resolvía antes las ecuaciones de la relatividad general? Turing, el genio malogrado que concebiría el modelo teórico de la computadora antes de que existiera la tecnología para construirla y se suicidaría mordiendo una manzana embebida en arsénico? Wiles prometiéndose a los 11 años que algún día demostraría el último teorema de Fermat ¡y cumpliendo con su sueño, ya doctorado, después de una década de trabajo en solitario!

Pero para Clifford Conner ésa es sólo una parte de la verdad, ya que durante mucho tiempo la producción y propagación del conocimiento científico no dependió de genios iluminados, sino de masas de seres anónimos. En A People's History of Science. Miners, Midwives and Mechanics (Historia popular de la ciencia. Mineros, comadronas y mecánicos), publicado por Nation Books en 2005, el ingeniero y profesor norteamericano argumenta que "la capacidad de Isaac Newton de «ver más lejos» no debería ser atribuida, como él afirmaba, a que estaba montado sobre los hombros de gigantes, sino en las espaldas de miles de artesanos iletrados".

Para demostrarlo recurre a ejemplos convincentes; por ejemplo, virtualmente cada planta y animal que comemos hoy fueron domesticados por experimentación e "ingeniería genética" de hecho practicadas por pueblos antiguos. Algo parecido podría decirse de la farmacología: si bien hoy muchos remedios se diseñan en el laboratorio, nuestro botiquín comenzó con las propiedades terapéuticas de plantas descubiertas por pueblos prehistóricos y sigue sirviéndose de ellas.

Al legendario emperador Shen Nung, dios chino de la medicina e inventor del arado, se le atribuye haber compilado el primer catálogo de hierbas medicinales en el tercer milenio antes de Cristo. Más o menos por la misma época, los médicos egipcios identificaban...

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