El fantasma de Miguel Miranda aún está presente en la Argentina

Junio de 1946: Perón recibe la banda presidencial en Casa de Gobierno

A diferencia de los procesos políticos, los históricos económicos y sociales no admiten orígenes precisos. Elijamos al azar el dilema del que no hemos acertado a salir desde los últimos casi ochenta años. Resultado de una vasta reforma que conjugó en partes equivalentes convicción y una apuesta fallida.

En vísperas de su ascenso como presidente constitucional, el general Juan Perón le pidió a su antecesor, su camarada el general Edelmiro Farrell, la estatización del Banco Central mixto creado diez años antes. Su conducción por expertos economistas fue reemplazada por un buen exponente de las industrias surgidas al calor de la Depresión de los 30 y de la Guerra, el empresario ojalatero Miguel Miranda. La reforma incluyó las nacionalizaciones de los depósitos bancarios con fines de fomento y del comercio exterior de granos -no así el de las carnes-mediante la creación del Instituto Argentino para la Promoción del Intercambio (IAPI).

Hasta aquí, nada demasiado distinto a medidas parecidas aplicadas en medio de los rigores de la conflagración en prácticamente todo el mundo; aunque la actualización ocultaba una jugada riesgosa. Se partía del supuesto -muy arraigado durante los años de la Depresión- de que el comercio libre y multilateral había sido sepultado por la vigorosa acción de las burocracias públicas preventivas de sus peores consecuencias. Un camino irreversible que se habría de corroborar a raíz de otro acontecimiento inminente: una tercera guerra mundial entre los EE.UU. y la URSS.

Mientras tanto, la demanda europea generó una situación inesperada: los precios de nuestros deprimidos commodities desde 1930 se dispararon más del 200%, colmando las arcas del BCRA de oro y dólares. No obstante, neutras para actualizar el utillaje tecnológico requerido por las actividades primarias, industriales y de infraestructura semiestancadas desde hacía quince años. El natural proceso inflacionario mundial de posguerra tendía, asimismo, a desvalorizar tanto a esos caudales como al de la deuda británica por el pago diferido de sus importaciones cárneas desde 1939.

En medio de cavilaciones, el gobierno apostó fuerte en favor de la opinión del presidente del Banco Central: con la deuda inglesa, estatizó los ferrocarriles ingleses; y con el resto, se lanzó a comprar indiscriminadamente matrices de los 20 y de los 30 inutilizadas por la Depresión y la gue rra. Fue así como el IAPI...

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