El fantasma de la infancia

Hace ya casi una década, cuando Lost electrificaba a la audiencia televisiva, cierto fantasma recorrió, en forma de interrogante, una ajetreada mesa de debate en la que me encontraba: ¿podría alguna vez la televisión producir una obra de vanguardia? No se necesitaba el decepcionante final de aquella serie para entender que, con sus cebos en cadena, Lost era el reverso de una transgresión. Tampoco Los Soprano (perfecta y clásica) o la posterior Breaking Bad (perfecta y adrenalínica) pretenden serlo. En televisión la masividad, condición antes que consecuencia, es siempre conservadora.

Había un antecedente, contra todo: a comienzos de los años noventa, Twin Peaks desestructuró unas cuantas variables, pero el proyecto encabezado por David Lynch resultó una anomalía. De hecho, las fricciones con la empresa que emitía la serie obligaron a resolver el misterio policial (quién había matado a Laura Palmer) antes de lo planeado y empujó a que la fenomenología paranormal de la historia terminara por empantanarse en un jeroglífico. Al menos es lo que se consideró durante un cuarto de siglo. En la demoradísima tercera temporada, que concluyó hace un par de semanas, Lynch retomó la historia (incluyendo la película Twin Peaks: Fire walk with me) en el punto sin retorno en que la había dejado. La palabra vanguardia tiene demasiada resonancia histórica. Llevaría páginas, por lo demás, discutir si en el caso de TP puede seguir hablándose sin más de televisión. Contra todo, algo es seguro: en el comienzo de milenio, la originalidad de Twin Peaks puede considerarse un Objeto Artístico No Identificado. ¿Cómo designar, si no, ese capítulo atómico, el octavo, en que ya no hay trama alguna, sino una enceguecedora puesta de arte contemporáneo en movimiento?

No a todos les gusta el estilo de Lynch. Por momentos se engolosina con el parasurrealismo de ese pueblo chico norteamericano. Su afición por la meditación trascendental lo lleva a confiar rabiosamente en la pura inspiración, con la seguridad de que la "sensación" que deja una escena resultará más concluyente que cualquier enigma. Es una extensión de la vocación original de Lynch, la de artista...

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