El eterno legado de Ayrton Senna

La imagen quiebra la historia. Los sentidos se estremecen, aun sin conocer que habrá un antes y un después de ese momento. Ya no existirá antídoto certero contra esa nostalgia que todavía castiga sin piedad. Con el poderoso Williams FW16-B, el brasileño Ayrton Senna encabeza el Gran Premio de San Marino de 1994. Es el 1° de mayo y la Fórmula 1 corre con la tensión propia que genera la pérdida de una vida: en las pruebas de clasificación, apenas 24 horas antes, se había matado Roland Ratzenberger, al desintegrarse su frágil Simtek contra las protecciones del trazado. Senna, tal vez el último eslabón de la cadena que protegía hasta las vísceras el valor del factor humano, se había enfrentado con la organización. Le había dolido ese golpe lacerante y no toleraba la indiferencia del resto, que sólo parecía preocupado en la continuidad del show. Por eso manejaba con bronca y algo de fastidio, lo que se sumaba a la incertidumbre de saber que él podía ser el próximo mártir.Un choque entre los coches de J. J. Lehto y Pedro Lamy genera el ingreso del auto de seguridad. Cuando éste se va, el Benetton de Michael Schumacher está pegado al auto del paulista. Entonces, sabedor de que debe ganar para descontarle puntos al alemán, Ayrton emprende otra fuga. Primero, una vuelta no muy rápida, casi de estudio. La segunda, a fondo. Al llegar a la curva de Tamburello, que entonces remataba en un paredón capaz de destrozar tanto los sueños como la integridad física de un piloto, se rompe la columna de dirección en el coche líder. En menos de un parpadeo, Senna se despista y pega contra el muro de concreto. La rueda delantera derecha se desprende y vuela hacia el habitáculo. El brazo de suspensión perfora el visor del casco como si se tratase de una lanza. Las heridas en su cabeza generan la tragedia irreversible. El mundo se estremece. La muerte desciende sobre Imola, vestida con sus ropas más lúgubres. El silencio le da paso al llanto. Se habla de un error de conducción, de fatiga de material, de una goma desinflada, de suciedad en el asfalto y hasta del destino marcado. En una comunión indivisible de dolor e incredulidad, muere el hombre de 34 años y nace el mito eterno.Hoy, a dos décadas del luctuoso hecho, Senna no es solamente un ícono mundial por el hecho de una desaparición inesperada en su momento de máxima plenitud deportiva. Su leyenda se forjó mucho antes, cuando enriqueció su talento natural sobre los kartings, a los que les entregó todo sin medir consecuencias ni...

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