El estallido silencioso de una sociedad sometida a la ficción de Cristina

Antes del desastre: Cristina Kirchner votó en Río Gallegos, donde también perdió el oficialismo; de allí viajó a Buenos Aires a esperar los resultados

El exuberante polígrafo brasileño Nelson Rodrigues solía decir que solo los profetas ven lo obvio. Con el diario del lunes, la pregunta más honesta es por qué los profetas del Servicio Meteorológico de la Política Nacional no anticiparon el tsunami . Los datos eran fríos e inapelables: el PBI había caído a niveles del año 2002, la pobreza se había disparado a escalas desconocidas, la inflación se había consolidado en 50 puntos, casi dos millones de ciudadanos habían resbalado de la clase media baja, decenas de miles de pymes y comercios habían quebrado con la cuarentena más larga e irresponsable del mundo, campeaba un creciente desempleo en blanco y en negro, el dólar se disparaba y estaba en la portada de las noticias, y ese infalible predictor -el salario real- se había deteriorado. Estos indicadores derivaron siempre en una paliza electoral para otros gobiernos. ¿Por qué se libraría entonces de ese Waterloo el cuarto gobierno kirchnerista? Cuidado con el narcisismo de los falsos augures. Seamos sinceros. Todos creímos de una u otra manera en el mito: con su aparato, sus recursos, sus trampas, su unidad partidaria y su pragmatismo inescrupuloso, el Estado peronista vencería a la realidad. El voto castigo sería así neutralizado por el voto cautivo , como sucede en feudos provinciales donde la dependencia estatal es tan acabada que el ciudadano se traga la bronca y finalmente apoya con miedo y resignación el statu quo para no agravar su problema. Ese y no otro es el "punto de no retorno" que el populismo busca extender, hasta ahora infructuosamente, a todo el país. Todavía la sociedad argentina, como se vio en las urnas, no consiente ese destino . Y es bueno recordar aquí, aunque sea como nota al pie, el simple pero fundamental concepto del politólogo polaco Adam Przeworski: "La democracia es el sistema en el que los oficialismos pierden las elecciones".

Los letales malentendidos no terminan allí: Cristina Kirchner se inventó hace dos años un castillo argumental donde vivir con extremo confort y curar sus heridas, y por un momento logró que casi todos aceptaran esa ficción. Parafraseando a Martínez Estrada, la arquitecta egipcia soñó una falacia y nosotros le creímos. El asunto es, como recodarán, más o menos así: sin ella no se podía, con ella no alcanzaba; por lo tanto, era necesario...

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