A la espera de Zama, la película

Tantos libros tuve que leer por trabajo en las últimas semanas que hasta cuando pienso en pasarme al bando del cine aparece, insidiosa, la literatura. Lo demuestra el par de películas que me llamaron la atención en estos días. No tuve la oportunidad de curiosear todavía la primera, Los que aman, odian, en los cines desde anteayer. En cambio, gracias a un prestreno, sí pude ver Zama, que no llegará a las salas hasta fines de mes. Considerémoslo una paradoja periodística.

A las dos películas las une un hilo secreto: están basadas en novelas argentinas más o menos clásicas que siempre imaginé me gustaría ver alguna vez filmadas. Los que aman, odian, dirigida por Alejandro Maci, tiene como punto de partida la única ficción que escribieron juntos Silvina Ocampo y Adolfo Bioy Casares. Y aunque las críticas aparecidas subrayan sobre todo una escena de alto voltaje erótico entre los actores principales, más me intriga cotejar (prometo dirigirme al cine después del punto final de esta nota) cómo se revela la identidad del asesino, algo que los autores del libro, el matrimonio más conocido de la literatura argentina, consideraban una escandalosa picardía policial.

Las adaptaciones siempre tienen, de todas maneras, un dilema. Cuando a Roman Polanski le preguntaron por las bondades de El inquilino dijo que su virtud había sido basarse en una novela mala. ¡Pobre Roland Topor! La frase tiene mucha crueldad gratuita, pero también esconde su grado de verdad. Si no mala, al menos es una ventaja que no sea muy conocida. Eso evita las analogías y las añoranzas. Por eso Gabriel García Márquez siempre se negó a que Cien años de soledad llegara a la pantalla grande (¿o, se me ocurre de ponto, habrá sido que, apenas se publicó el libro, Pier Paolo Pasolini dijo que parecía escrita para venderle los derechos a una gran superproducción?).

Claro está. Las comparaciones no valen por la simple razón de que la representación perfecta no existe. Una película nunca reemplaza la historia original. Es, simplemente, otra cosa. El cineasta que se mide con una novela tiene como única condición la de ser infiel en la fidelidad y fiel en la infidelidad. Susan Sontag, cuando escribió sobre Berlin Alexanderplatz, la monumental versión que Rainer Werner Fassbinder hizo de una gran novela alemana (la firmaba Alfred Döblin), lo planteaba así: la literalidad no importa, pero si por qué el director optó por ese libro y no por otro.

Lo más fácil sería considerar que Lucrecia Martel...

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