Los espejos

Este hombre es pura vanidad. Está concentrado en su teléfono celular, indiferente al esmero con que una serie de personas, quizá con la premura que siempre exigen los desfiles de moda, se ocupa de acicalarlo: en diez, acaso quince minutos, se pavoneará en su hermosura por la pasarela de la Semana de la Moda, en Londres. No sabemos nada de su carácter, pero cierta languidez, visible en la caída de los párpados o en la despreocupada expresión de la boca, insinúa alguna altivez. No es soberbia, exactamente, pero el muchacho sabe íntimamente que le ha sido concedida la belleza, como aun en su inocencia lo sabía el fulgurante Tadzio de...

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