Escuelas integradoras: enseñar más allá de las diferencias

Camila se balancea hacia adelante y hacia atrás. Tiene la vista fija en una hamaca del colegio al que asiste, y no sonríe. Pero abraza la mochila y se deja acariciar por María Isabel, su maestra. Camila es autista y su mamá decidió enviarla a una escuela del Estado de la ciudad de Buenos Aires para que su hija no quede como una excluida, más ausente dentro de su ausencia natural.Y la escuela en Belgrano, donde vive, la aceptó inmediatamente. Eso sí, sus padres debieron tramitar el certificado de discapacidad para poder acceder a una maestra integradora, transporte escolar, terapias fuera del establecimiento, evitar la fila para las vacantes, obtener los beneficios que dan las prepagas y otros derechos que su hija no hubiera conseguido de otra forma.Ana Ravaglia, subsecretaria de Inclusión Escolar y Coordinación Pedagógica de la ciudad, fue docente en Villa Lugano, y dice: "Las 441 escuelas primarias estatales y otras tantas subsidiadas por la comuna aceptan a los chicos que tienen capacidades diferentes, y no tenemos ninguna queja sobre las vacantes. En cuanto al certificado, muchas veces no lo pedimos porque cuando advertimos que hay alguna deficiencia, derivamos al alumno al gabinete del colegio, se lo diagnostica, hablamos con la familia y ponemos la maestra integradora sin necesidad de papeles".El tema del certificado es sensible, porque lo primero que experimentan los padres ante el descubrimiento de una discapacidad de su hijo es la negación y cuesta acudir a la repartición que declara la discapacidad.María López Gil, cuyo hijo Ignacio tiene Trastorno Generalizado del Desarrollo (TGD), de espectro autismo, debió hacer el trámite en la calle Ramsey, donde funcionó ALPI y el turno que le dieron lo debió compartir con ancianos con severos problemas de salud, jóvenes psicóticos y alienados peligrosos. "Fue duro, pero con eso logramos que la prepaga nos pague todo, menos el colegio, aunque debería hacerlo", reconoce.Ravaglia, que sabe de estos padeceres, agrega: "Lo del certificado es un tema, pero no sólo para esos chicos: para darles de comer en los comedores de la escuela a menores cuyos padres son indigentes, otorgar viandas adicionales para los que están desnutridos, o medias becas para los más necesitados, los padres o tutores también tienen que traer una especie de certificado de pobreza, y eso produce vergüenza y angustia"."Mi experiencia -dice Elena, rosarina, madre de Francisca, una nena de ocho años con retraso madurativo- es nefasta, porque...

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