Cuando el Estado es cómplice

La obsecuencia en el estado

Cuentan que Porfirio Díaz le preguntó a un alto funcionario: "¿Qué hora es?". La respuesta condensó un acto memorable de genuflexión y servilismo: "La que usted quiera, señor presidente".

Poco importa, a esta altura de la historia, determinar si aquel diálogo (ubicado en la dictadura mexicana de fines del siglo XIX y principios del XX) fue real o imaginado. Lo grave es que nos resulte útil, en la Argentina de estos días, para describir lo que está pasando en varios estamentos del Estado, donde el profesionalismo y la responsabilidad han cedido terreno frente a la obsecuencia y el oportunismo. La Unidad de Información Financiera (UIF) pasó, en una grosera pirueta, de acusar a Cristina Kirchner a pedir su absolución. Todo en la misma causa y con los mismos elementos. "Es la hora que usted quiera, señora vicepresidenta". Los relojes, como las pruebas, se acomodan a las conveniencias del que manda.

El de la UIF no es un hecho aislado. Responde a la misma lógica de degradación del Estado que llevó, en la década pasada, a que el Indec manipulara los índices de inflación para adaptarlos al gusto y las necesidades del poder de turno. Vale la pena examinar esa lógica porque tal vez esconda uno de los más serios peligros que enfrenta la institucionalidad argentina.

Para poner el Estado al servicio de intereses sectoriales y personales se ha avanzado en el desmantelamiento de sus estructuras técnicas. Se ha desplazado al personal de carrera para ubicar militantes en los lugares más sensibles de la administración. Si se observa el Boletín Oficial, se verán todos los días designaciones que eluden los concursos y están basadas en excepciones. Los antecedentes que se evalúan no son los de la idoneidad y la formación técnica, sino los de la lealtad y la pertenencia a un determinado sector político e ideológico. Es mucho más que la ley del acomodo: implica el debilitamiento de los resortes institucionales, la pérdida de solvencia en el Estado y el levantamiento de toda barrera que contenga los abusos de poder.

Un Estado que funciona sobre la base de la obsecuencia y no de las reglas se carcome a sí mismo en un proceso que puede resultar imperceptible durante mucho tiempo. Es similar al daño silencioso pero devastador que provoca el bicho taladro en los cimientos y los techos de una casa de madera. Si no se lo detecta y se lo combate a tiempo, un buen día se puede desmoronar toda la estructura.

Ante un comité parlamentario, una...

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