Ernestina, digna de príncipes

Para un pueblo de poco más de 140 habitantes y no más de cuatro cuadras de ancho (y a lo sumo tres de largo), el soberbio bulevar de palmeras, que con su impecable y ancha traza discurre por la calle San Martín, luce fuera de escala.Pero Ernestina, a 180 km de Capital y en el límite de los partidos de 25 de Mayo y Lobos, supo ser también un rincón de grandes sueños y proyectos, que si no hubiera sido por el inexorable cierre de ramales habría continuado en la senda de un crecimiento feliz.Porque no sólo tenía una panadería capaz de abastecer a tres mil personas, un colegio pupilo que era la envidia de pueblos vecinos, un teatro con una acústica digna de coliseo lírico (aquí cantó nada menos que la soprano Lily Pons) y una larga lista de servicios, desde sastrería y telefónica hasta hotel, correo, peluquería o club (Club Atlético Ernestina, claro).Sin contar, por supuesto, con una estación de ferrocarril que sumaba cuatro servicios diarios, dos de pasajeros y dos de carga. O con una iglesia neogótica que, con su imponente sencillez, es un verdadero tesoro y un formidable descubrimiento a la vez (dicen los lugareños que se trata de un réplica en menor escala de la basílica de Luján).Pocos saben, además, que por Ernestina estuvo el príncipe de Gales (Eduardo VIII, el mismo que luego abdicaría en favor de su hermano), allá por 1925. La verdad del cuento es que el príncipe se dirigía en tren a la estancia Huetel, también en 25 de Mayo, y antes se detuvo por unas horas en Ernestina y en la estancia de los Keen. Pero que pasó pasó, y fue gracias a esa fugaz visita que el pueblo se dotó de calles de asfalto en algunos tramos, sólo para recibirlo.Hoy, apenas quedan algunos parches visibles de aquel empedrado, que con los años volvió a cubrirse de arena y olvido (las calles arenosas, rasgo llamativo del lugar, son un aliciente para tener en cuenta en épocas de lluvias).Sobrevive en cambio el almacén de ramos generales de Luis Sáenz, típica construcción de esquina con sus techos altos, la caja registradora de bronce, la balanza, las alpargatas apiladas en los estantes y las garrafas de gas en el piso ("Pero no vendemos más materiales de construcción como antes", advierte Luis).También sigue en pie el Club Social y Deportivo -con cancha de bochas, metegol y mesa de pool-, de cuyas paredes cuelgan reliquias como una colorida colección de paletas de paddle. Completan el escenario algún que otro bar, una sala de primeros auxilios (que funciona en lo que solía ser hotel)...

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