Emigró y regresó; comprendió el valor de la amistad y la familia en Argentina

Vivir en Georgia

De un día para el otro, todo aquello que Pablo Guevara había proyectado para su año laboral colapsó. Licenciado en Publicidad, ejercía un puesto como coordinador de Marketing para una importante empresa de seguros a nivel internacional; una compañía que prometía darle todo, pero que exhibió su fragilidad y cayó ante sus ojos como un castillo de naipes, consecuencia de la explosión de la burbuja inmobiliaria del año 2008. Lejos de vivirlo como una tragedia, el joven sintió que era momento de transformar aquella crisis en una oportunidad: su oportunidad de salir del territorio conocido y explorar otros rincones del mundo.

Su flirteo con la idea de aventurarse a lo distinto, por fuera de su dominio acostumbrado, no era nuevo. Tiempo atrás, él ya había confeccionado una larga lista de agencias de publicidad en otros puntos del planeta. La misma, sin embargo, tenía una particularidad: no se trataban de destinos típicos, sino de lugares tan remotos como Uganda, Malasia o Indonesia. "Porque si me iba a ir, quería animarme a lo no tradicional, alejado de los países clásicos que elige un argentino", explica, "Me atraía la idea de vivir un desafío cultural y profesional extremo".

A través de correos electrónicos, Pablo se presentó ante estas agencias como un joven creativo, deseoso de aportar sus ideas y su visión del mundo publicitario a empresas que estuvieran en la búsqueda de nuevos enfoques. Las respuestas resultaron en general desalentadoras, hasta el día en el que llegó una de un país del que casi ni había oído hablar: Georgia. "Tal vez, para algunos argentinos apareció en el mapa cuando Héctor Cuper asumió por un período como director técnico de su selección. Sabía que se trataba de una región desprendida de la ex Unión Soviética y me despertó una enorme curiosidad. Mi reto era tratar de ir con todos mis conocimientos y ver cómo podía encajar mis ideas en un contexto totalmente ajeno a lo que es uno".

Definitivamente, la oferta era muy atractiva y, el destino, lo suficientemente intrigante. Pablo no lo dudó, era tiempo de partir. Sin embargo, existía un pequeño freno: el amor. "Llevaba poco tiempo con mi novia, apenas nos conocíamos, pero sentimos algo muy fuerte desde el comienzo. Le dije: `Me voy´ y ella me respondió: `Yo te sigo´. Fue una gran jugada. Apostamos al amor y nos salió bien, ya llevamos diez años casados y tenemos dos hijos".

Con el apoyo de una familia comprensiva y de amigos absolutamente intrigados por lo...

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