Elogio de lo inconcluso

Hace pocos meses, el Me-tropolitan Museum de Nueva York montó una muestra con un nombre tan singular como los objetos que exhibía. Se llamaba Unfinished, inconcluso, en el sentido más literal y más amplio posible. Ya ese nombre lo decía todo: comprendía aquellas obras de arte que, desde los maestros del Renacimiento hasta la actualidad, habían quedado inconclusas. La inconclusión podía tener dos causas: una interrupción involuntaria del trabajo o bien un trabajo voluntariamente interrumpido, eso que en italiano se llama non finito. Tiziano, Rembrandt, Turner y Cézanne, todos en épocas muy diferentes, pintaron guiados por la estética del non finito.

Personalmente, no pude nunca sustraerme a la atracción malsana de esas imágenes (o digamos obras, para no limitarnos a la pintura) que el artista no pudo -o decidió no poder- concluir. ¿Por qué me fascinan más esas piezas que se quedaron en la mitad del camino que llevaba a su terminación que las otras, las que llegaron a la meta? Se me ocurre la siguiente explicación: la contingencia de lo inacabado se carga con el peso de lo necesario, como si, una vez abandonada, la obra no pudiera ser sino como terminó siendo; como si alguien o algo la hubieran concluido en lugar del artista.

El compositor Anton Bruckner, por ejemplo, ya mayor, se arrodillaba todos los días en el Palacio Belvedere, donde vivía, para pedir que se le concediera el tiempo que necesitaba para terminar su Sinfonía N° 9. Había escrito ya tres movimientos y faltaba el último, el Finale. Como sabemos, no pudo pasar de ahí. Atento a la posibilidad de la inconclusión, Bruckner pidió, casi como última voluntad, que en lugar del cuarto movimiento inacabado se tocara su Te Deum. Tampoco la instrucción resultó, porque ya casi nadie incluye el Te Deum, ni tampoco las reconstrucciones a partir de los esbozos del Finale, y esto por una razón muy buena: la Novena debía concluir allí donde concluye: en el colosal Adagio del tercer movimiento. Lo inacabado parece regido por alguna razón superior que el propio autor ignora.

En el Malba se exhibe una pintura algo extraña. Se llama Madroños y es del...

Para continuar leyendo

Solicita tu prueba

VLEX utiliza cookies de inicio de sesión para aportarte una mejor experiencia de navegación. Si haces click en 'Aceptar' o continúas navegando por esta web consideramos que aceptas nuestra política de cookies. ACEPTAR