Elena Kostioukovitch: 'El lenguaje de la comida es interclasista'

Nació en Kiev, pero de chica se mudó a Moscú, donde vivió gran parte de su infancia, y donde luego estudió el idioma y la cultura de Italia. Supo ser parte del círculo intelectual ruso, en una época en que los densos pliegos de la cortina de hierro eran rígidos. Así, más allá de su especialización, más allá de haber leído y traducido a los grandes autores del Renacimiento y del Barroco italiano, Elena Kostioukovitch conocía al antiguo imperio romano sólo como un concepto teórico. Pero eso cambió en 1988. "Empecé a traducir El nombre de la rosa, de Umberto Eco. Lo hice por placer, ya que era un libro prohibido, más allá de que su argumento transcurría en la Edad Media, en especial por una cita que había en la primera página, sobre la invasión soviética a Praga. Sólo los intelectuales podíamos acceder al libro, guardado en un cuarto especial de la biblioteca. Esto me causó mucha gracia, ya que también en El nombre de la rosa hay un cuarto secreto, con libros prohibidos, era como un juego de espejos. Cuando terminé la traducción, tuve suerte, estaba Mijaíl Gorbachov y, con la Perestroika, de a poco se liberaban algunas cosas, por ejemplo, la censura sobre textos considerados apolíticos. Así que pude publicarlo", recuerda. A raíz de esa traducción, Elena recibió una invitación de Eco para visitar Italia, en un viaje que cambió su vida por siempre. Desde ese año, esta traductora, ensayista, autora y agente literaria se enamoró de las infinitas cocinas de la península y publicó el extenso Por qué a los italianos les gusta hablar de comida. El libro recorre cada región de la península a través de sus platos e ingredientes típicos, y devino best seller tanto en Italia como en Rusia, habiendo sido ya traducido a cinco idiomas. Invitada para los festejos de la Primera Semana de la Cocina Italiana en el mundo, estuvo en Buenos Aires, donde presentó la edición en español bajo la editorial Tusquets.

-¿Por qué este amor por Italia?

- Nació en mi adolescencia. Cuando uno es muy joven, quiere escapar, andar por el mundo. Yo imaginaba un lugar caluroso, sin frío ni nieve, porque el clima en Rusia es horrible. Hoy pienso que ese clima ideal que soñaba también se refería a una cultura, a la moda, a la belleza y a esa parte del ser humano que es suave, dulce, donde la misma palabra es dulce, en lugar de áspera o violenta. Vengo de una cultura bastante mortificada, del totalitarismo, del bolchevismo. Crecí en los 70 y 80, en plena crisis de la Unión Soviética...

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