Eduardo Alperin: deportes y periodismo, dos amores que llevó en la sangre y transmitió con pasión

Manejaba Alpe, cigarrillo en mano, por las calles de Los Angeles, cuando de pronto la majestuosidad del Forum atrapó las miradas. Era el miércoles 5 de octubre de 1988 y atrás había quedado la cobertura del 4° de sus ocho Juegos Olímpicos como periodista, en la lejana Seúl. Los carteles del estadio donde habitualmente jugaban los Lakers anunciaban: "Thursday 6th, 7.30 PM, Jimmy Page". Le pedí que frenara, me bajé y empecé a correr hacia la puerta de acceso. Gritó. Volví hacia el auto y me preguntó, mientras encendía un nuevo rubio con el filtro del anterior: "Si vas a sacar entrada, sacame a mí también". La noche siguiente, sin saber muy bien de qué se trataba todo aquello, y en el medio de una humareda de marihuana que partía desde las butacas aledañas y que sólo por el aroma se diferenciaba de las hamburgueserías de la cancha, él también disfrutaba de 11 minutos gloriosos de "Una escalera al cielo". Acompañando el ritmo con los pies.

Así era Eduardo Alperin, fallecido ayer a los 83 años (sus restos serán velados hoy, de 8 a 11, en Pedro Lagrave 843, Pilar): un compañero de aventuras. Apasionado. Puro corazón. Entrerriano, buscavidas de adolescente, fumador empedernido. Enamorado del deporte. Siempre en la búsqueda de la idea original, de la frase inédita, para sorprender a su interlocutor de turno y

o lector.

El básquetbol y el golf, junto con los Juegos Olímpicos y Panamericanos, fueron su debilidad. Aunque para los más memoriosos también resultó inolvidable su participación por TV comentando el match Candidatura de Ajedrez, en 1971, en Buenos Aires, entre Bobby Fischer y Tigran Petrosian, con tablero incluido.

La pelota anaranjada y los Campeonatos Argentinos de básquetbol lo desvivían. Se jactaba, hasta cierta época, de haber concurrido a todos. Era uno de los especialistas y hablaba con admiración de los inolvidables campeones del 50, con Ricardo González y Oscar Pillín Furlong como sus preferidos. Descreído en un principio del destino de la Liga Nacional, terminó por reconocer el histórico valor que tuvo la creación de León Najnudel. Sabía, Alperin, admitir errores.

Aunque nunca lo abandonó por completo -mucho menos con la irrupción de la Generación Dorada-, su pasión por el básquetbol fue compartiendo preferencias con el golf, cuyas crónicas siempre volcaban entusiasmo, calidez y alguna que otra situación peculiar. Como aquel relato sobre un golpe fallido de Juan Carlos Caniche Molina, que describió así: "¡Soy un animal", dijo...

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