Edmundo y los gajes del oficio

La serenata, surgida en la Europa medieval, fue una costumbre que arraigó en las orillas del Plata desde los tiempos coloniales. Pero su auge llegó en la década de 1830 y tenía una particularidad: debido al precario estado de las calles de Buenos Aires, algunas serenatas se daban a caballo. Esa era la única forma de mantener cierta postura en el fango porteño. En las noches apacibles no era extraño encontrar un grupo de galantes frente a un balcón o la reja de una casa, intentando conmover a la homenajeada.En muchos casos, el enamorado no participaba. Podía pararse junto a los músicos asumiendo la postura de un director de orquesta y forzar su sonrisa para no pasar inadvertido. Pero en cantidad de casos no concurriría a la velada, ya que muchos querían demostrar sus sentimientos, pero les daba vergüenza ser vistos. Lo mejor era contar con trovadores de experiencia y aguardar con paciencia y esperanza el resultado de la acción de los músicos.Ya en el siglo XX, por entonces perfilado como guitarrista y cantor, el joven Edmundo Rivero buscaba exhibir su arte por todos los medios posibles. En varias oportunidades fue convocado por enamorados que necesitaban de una buena guitarra y una voz elocuente para manifestar sus sentimientos. Contar con Rivero en el equipo era una buena ventaja para fortalecer la escena romántica. Pero estos miniconciertos al aire libre no siempre terminaban bien. En algunos casos, los cantantes eran increpados por vecinos molestos o padres celosos. Incluso por las señoritas aludidas. Porque en algunas ocasiones la serenata pretendía ser un...

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