Mi edificio querido...

Experiencia. Día de trámites en el Ministerio de Salud. Ir con turno era esperanzador. Primer error: creer que no habría colas ni demoras. La entrada del edificio estaba flanqueada por cinco personas que, a través de una reja, indicaban que el ingreso era por una rampa, a la vuelta. A esa altura ya se agradecía el clima templado, previendo que la diligencia no sería tan breve. Dos volquetes con escombros en la puerta revelaban que el edificio se encontraba en refacción; desde afuera se asemejaba más a la escena de un bombardeo que a un ministerio de la Nación. El ingreso se efectuaba previo paso por unos molinetes, livianamente custodiados por dos personas de seguridad que simplemente apoyaban su tarjeta para permitir el paso, sin registrar siquiera quién ingresaba. El pequeño hall de entradas se asemejaba al subte en hora pico; veinte pares de ojos iban de uno a otro de los cuatro ascensores, en un vano intento por adivinar cuál llegaría primero. Era inútil; sólo uno funcionaba. Una enorme bandera tipo pasacalle, con la leyenda "Para pasar a planta permanente firme la planilla", abarcaba la pared y nutría al ambiente de un halo de desidia y abandono. "Por el buen funcionamiento de los molinetes" y "Simulacro de evacuación", leían con una mezcla de curiosidad e incredulidad quienes aguardaban infructuosamente su turno para abordar el ascensor. Parecía más una broma que un reclamo . Unos precarísimos carteles indicadores, cual camino de migas de Hansel y Gretel, marcaban la dirección. Llamaba la atención el papel de unas cinco trabajadoras que, con sus dedos pulgares adosados a sus celulares, no cesaron de cotorrear, ajenas a los (ya no tan) pacientes ciudadanos que aguardaban ser atendidos. Veintiún boxes nuevos, impolutos y a la espera de asistentes contrastaban con el abandono del ingreso al edificio. Solamente tres estaban habilitados, pero eso ya sería sólo un detalle. Paso siguiente: la foto carnet, que en este caso dificultaría que fuera con fondo blanco o celeste: la cara del Che Guevara amenazaba con colarse en la imagen por detrás. Una cumbia a un nivel atronador no sonaba como la música funcional ideal, pero a esa altura se dificultaba recordar de qué ámbito se trataba... Con los oídos presos de un...

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