Los ecos eróticos de Pompeya

La inglesa era una flaca morocha de buen ver que no sabía una palabra de italiano y viajaba increíblemente sola por la costa amalfitana. El napolitano era un chofer de combi y un guía verborrágico que nos explicaba las ruinas legendarias y los paraísos geográficos, y que parloteaba el idioma de Byron gracias a que su madre londinense se lo había enseñado de niño. Rápidamente logró que la inglesa ocupara el asiento del acompañante y que se partiera de risa con sus bromas.

Pensé en aquel largo día de amor y maravillas al recibir Pompeya, el flamante libro de Mirella Romero Recio que trata sobre la vida, muerte y resurrección de la ciudad arrasada por el Vesubio. Justo ésa fue la primera parada de la combi: la inglesa sonrió con flemático asombro al ver que en los puestos para turistas nos vendían falos alados y artesanías con imágenes que recordaban vagamente el Kamasutra. Pompeya celebraba el erotismo y la fecundidad, y la sexualidad era realmente sagrada. Una lluvia de ceniza volcánica y piedra pómez ametralló sus calles y sus edificios, y finalmente una nube ardiente de gases aniquiló a toda su población. Muchos tejieron luego la idea de que los dioses habían castigado así el dulce pecado de aquellos hombres libertinos. Caminar por sus vías empedradas, visitar sus templos y foros, y escuchar las voces de sus espectros sigue siendo una de las experiencias más interesantes del mundo.

Nuestro pequeño grupo de visitantes caminó durante toda esa mañana por aquel túnel del tiempo, se sorprendió con el carácter festivo y cultural que tenía el amor para aquellos malogrados habitantes que adoraban a Príapo. Y en los epílogos visitó el increíble lupanar que quedó milagrosamente en pie: un corredor, cinco habitaciones con cama, y las paredes cubiertas con pinturas que mostraban las especialidades de cada meretriz.

Uno sale con algunas impresiones tétricas de Pompeya, pero también con una inespecífica energía romántica. El napolitano, que tenía encima tantas batallas como los legionarios de Augusto, tomó en cuenta esa última sensibilidad y después de almorzar se abocó a la inglesa con ahínco. Su exuberancia de la Italia del Sur, armada con historia y simpatías, golpeaba como piedra pómez las resistencias sajonas. El guía nos explicaba el camino, pero esencialmente le hablaba a ella, y la llenaba de anécdotas glamorosas y cinematográficas, aunque se...

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