Un divorcio entre el Gobierno y la sociedad, el origen de la debacle

Cristina Fernández de Kirchner, después de votar en Río Gallegos

La Argentina votó con el bolsillo? ¿Votó con el corazón? Por supuesto que sí. Pero todo indica que anteayer la Argentina votó sobre todo con la cabeza. Hubo bronca, dolor y desilusión, pero también hubo esperanza.

La crisis económica podría haber explicado una derrota. Los desaciertos en el manejo de la pandemia podrían haber sumado un costo adicional. Pero acá hubo algo distinto. No se trató de la pérdida de una elección, sino del desmoronamiento, en tiempo récord, del capital electoral de un gobierno que fue elegido hace apenas 24 meses. Para entender la magnitud de la derrota no alcanzan las razones económicas ni el desgaste lógico de un oficialismo que tuvo que lidiar con un inédito desafío sanitario. Hay que rastrear las razones en una desconexión más profunda entre el Gobierno y la ciudadanía .

El desenlace electoral desnuda a un poder que no supo entender a la sociedad; ni siquiera a sus propios votantes. Es un resultado que se explica por la falta de sensibilidad, de apertura, de sensatez y de empatía para comprender el sufrimiento y las necesidades de la sociedad. Por eso este domingo se palpaba el desencanto, pero la ciudadanía no dispersó su voto, no cayó en expresiones de impotencia ni apostó a la extravagancia aventurera. Fue un voto direccionado, casi estratégico, hacia una oposición que tampoco recibe un cheque en blanco ni es tributaria de entusiasmos desbordantes .

Se les dijo "quedate en casa" a millones de argentinos que ni siquiera tienen una casa digna en la que soportar el encierro

Escuelas cerradas: una postal lacerante durante un año de pandemia

No puede entenderse la debacle oficialista sin reparar en la ruptura de un contrato tácito entre el Gobierno y la ciudadanía. Durante un año y medio se debió limitar, en beneficio de un bien superior, lo más preciado que tiene una sociedad: la libertad. Semejante sacrificio le exigía al poder dosis extraordinarias de responsabilidad y de comprensión. Pero no hubo ni una cosa ni la otra. Las libertades fueron restringidas con más regocijo que pesar; con más alevosía que prudencia. Se actuó con dogmatismo y ligereza, sin entender -en su real dimensión- el sacrificio de las familias, la impotencia de los pequeños comerciantes, el ahogo que implicaba el encierro. El Gobierno se negó a considerar, siquiera, la dimensión psicológica y emocional de una cuarentena que se aplicó sin medir las consecuencias. Se hizo del...

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