La tensión entre el discurso y los métodos desalienta las operaciones

La relación entre los puertos y la Aduana tiene la tensión típica que existe entre un administrado cuyo negocio gira en torno a la fluidez y agilidad operativa y un administrador cuya función es, esencialmente, el control exhaustivo que, en la mayoría de los casos, lentifica la cadena logística del comercio exterior.En rigor, la Aduana se debate entre dos misiones: controlar y recaudar. Y en comercio exterior, a mayor control, más recaudación.Es cierto que la Aduana argentina logró reconocimientos internacionales por instrumentar rápidamente los adelantos tecnológicos y las iniciativas de seguridad recomendadas por la Organización Mundial de Aduanas (OMA) al control del comercio exterior.En esencia, éstos son medios para un fin: que el control sea previo al embarque de la carga (para no frenar la cadena logística) e "inteligente", es decir, elaborado a partir de perfiles de riesgo por sector, origen y operador de cargas; el equivalente a una especie de "handicap" de los operadores del comercio exterior.En el discurso abundan conceptos como monitoreo satelital, precintos electrónicos, intercambio de información entre aduanas y selectividad inteligente. En la práctica, cualquier operador puede atestiguar -por lo bajo, claro está- que la Aduana transformó aquel medio en un fin en sí mismo: el discurso suele entrar en contradicción con medidas como el escaneo exhaustivo de las cargas de transbordo (resolución 3433/13 de la AFIP), el control de carga con equipos multidisciplinarios (resolución 3341/13), el control de calado de buques por permiso de embarque (resolución...

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