Diplomacia, fútbol y redes. Mark Kent, embajador y trotamundo

Es campo-campo, dice sobre Tumby Woodside, Lincolnshire, menos de 200 kilómetros al norte de Londres, bajo coordenadas británicas una distancia respetable.Con su esposa, Martine Delogne, belga, abogada, tienen un hijo de 28 años, Alec, y una hija de 25, Aurélie. Ambos viven en Londres. La pandemia multiplicó los tiempos sin verlos.Tras dejar la embajada en Hanói, volvió una vez a Vietnam, pero cree que eso no es lo recomendable, queLo singular es queQuizás sea exagerado considerar a Kent precursor de la diplomacia desalmidonada del siglo XXI.La entrevista que sigue fue realizada en la galería que da al jardín de la residencia del embajador, el maravilloso Palacio Madero-Unzué, monumento histórico nacional en el que alguna vez se alojaron el príncipe Felipe, el príncipe Carlos, Lady Di, los Rolling Stones, la princesa Ana.Kent comenzó contando que no tenía pensado ir a la universidad, pero uno de sus profesores le sugirió postularse en Oxford.Diecisiete años. Mi padre había quebrado y se había separado de mi madre. Ir a la Universidad de Oxford fue una gran oportunidad.Me acuerdo que estaba en el tren yendo a Oxford para mi entrevista de ingreso y ahí me enteré. Debía ser 3 de abril de 1982. Yo no sabía nada de las islas. En realidad, no sabía nada del mundo exterior.No, nada, nada. La gente del campo vivía en un mundo bastante cerrado. Solo ir a Oxford en el tren para mí era una gran aventura. Y son tres horas de viaje.De sorpresa.No solo de Argentina, no sabía nada de América latina. Como todos los chicos del campo. Para nosotros, extranjero era el del pueblito de al lado.Cambió totalmente. En aquellos días el gobierno financiaba a los estudiantes que no teníamos recursos. Mi abuelo me dijo: "Está muy bien que vayas a Oxford, estamos muy orgullosos de vos, pero tenés que recordar que todo el mundo es igual, nadie es mejor que vos. Y cuando regreses al pueblo, también. No serás mejor que cualquier otra persona. Somos todos iguales". Esto me impactó para toda la vida. Hay que tratar a toda la gente igual.Sí, mi abuelo fue alguien que me dio estabilidad. Él fue veterano de guerra. Era camionero. No teníamos recursos. Después de jubilarse tuvo que seguir trabajando. Limpiaba autos. De vez en cuando encontraba soldaditos de plomo en los autos y me los regalaba.Lo que yo he aprendido en mi carrera es que puedo adaptarme a diversos niveles. Puedo estar unas veces con primeros ministros y otras veces con gente del campo. Hay que adaptarse a todos, reconocer las diferencias y tratar a todos igual. Cuando llegué a Oxford sentí un poco que no estaba a la altura de los chicos que venían de escuelas privadas, que estaban muy preparados, se les había dado mucha autoconfianza. Para un chico del campo eso era algo difícil.Mmmm…, no. Tuve mucha suerte, me tocaron profesores muy buenos. Recuerdo mi examen de ingreso -yo iba a estudiar leyes- y me pidieron que dijera por qué tenían que elegirme a mí en vez de a otro. Yo explicaba la discriminación positiva, que algunos chicos de escuelas privadas podían tener mejor preparación, pero yo tenía la determinación de...

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