Dilma abdicó y lanzó un salvavidas de plomo

Amenazada por la posibilidad de un impeachment en el Congreso, Dilma Rousseff había siempre prometido que no renunciaría a la presidencia. Ayer, de todas formas, hizo casi eso. Designó al ex mandatario Luiz Inacio Lula da Silva como jefe de Gabinete, en una abdicación de facto por la que la presidenta de Brasil dejó el poder real en manos de su padrino político.

Dilma, su gobierno, Lula y el Partido de los Trabajadores (PT) creían que, con esa decisión, salvarían a su administración de las amenazas de la Justicia y de la investigación por el Lava Jato. Por segunda vez en tres días, y enardecidas por el audio publicado por el juez Moro, las calles brasileñas le advirtieron que se habían equivocado. Ahora, Lula y su delfina están más cerca que nunca del abismo.

El ex presidente y Dilma deberán jugarse hoy a todo o nada para salvar el proyecto político que PT desplegó durante los últimos 13 años, y que los tuvieron como protagonista absoluto en la mitad de ese tiempo.

Desde que en 2010 fue elegida para suceder a Lula en el Palacio del Planalto, Dilma intentó sin éxito gobernar con una personalidad propia. Como una nota a pie de página en la historia quedaron aquellos primeros meses en el cargo cuando se ganó el apodo de "limpiadora" por despedir a ocho ministros salpicados por denuncias de corrupción (la enorme mayoría de ellos heredados del gobierno de su antecesor).

Su imagen de tecnócrata eficiente se empezó a desvanecer al surgir los problemas económicos hasta que se evaporó totalmente con la peor recesión que haya sufrido el país desde 1930. Y su falta de cintura política terminó haciendo trizas la amplia coalición gobernante que la sostiene.

"Dilma ya fue. Hace...

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