¡Qué difícil es decir que no! Las ventajas prácticas y emocionales de saber negarse

A Hilario González, ingeniero civil, 49 años, le pasó otra vez. Un amigo que vive en Posadas, Misiones, lo llamó para pedirle un favor: "Hila querido, cuando estuve por ahí, la otra semana, le compré un pantalón a mi hijo, pero la pifié con el talle y le queda chico. ¿Te lo mando a tu casa, por correo privado, y me lo vas a cambiar? Después me lo mandás para acá, yo pago todo, quedate tranquilo". Todavía se pregunta por qué aceptó, si la odisea empezó apenas dijo: "Bueno, está bien". Hilario, que vive en el barrio porteño de Belgrano, terminó faltando al trabajo (no estaba en sus planes), a la espera de la encomienda que podía llegar de 9 a 18. Cumplidas las cuatro primeras horas, llamó por teléfono a la empresa, pero no le dieron pistas. Harto de estar preso en su propia casa, se fue a retirar el cargador de la notebook que olvidó en una reunión, en el microcentro, y a comprar unos remedios a pedido de su novia. Atravesó la ciudad lo más rápido que pudo, pero no le fue bien. En Florida y Paraguay nadie lo atendió, no recordó pasar por una farmacia en el camino de vuelta y cuando llegó a su casa, encontró una notita: "Cliente ausente. Deberá retirar el paquete en nuestras oficinas de Once".

La historia sigue más retorcida aún, como el humor de Hilario entre favores ajenos. "¿Por qué demonios no le dije que no?", fue la única frase que tuvo en mente durante todo el incordio, que no le trajo más que complicaciones personales. Como él, muchas personas tienen dificultades para decir que no. No a los amigos, no a la familia, no al jefe, no a los hijos, no a la pareja. No a uno mismo. Cuando aceptamos a desgano, las consecuencias se traducen en puro malestar emocional y en un sinfín de tareas propias sin cumplir o mal cumplidas. En los últimos años, universidades y comunidades científicas del mundo estudiaron las formas posibles de negarse a un pedido, especialmente en el marco profesional. Desarrollaron respuestas contra la tendencia multitasking, que se propagó como palabra santa durante la década de 2000, en pos de preservar la productividad individual. Circulan cientos de papers que explican que decir siempre que sí suma estrés a la vida diaria: "Si yo escaneara tu cerebro y proyectara cada palabra por menos de un segundo, habría una que crearía más estrés en tu organismo. Esa palabra es «no»", explica en sus conferencias Mark Waldman, especialista en comunicación efectiva y neurociencia, autor de 12 libros de investigación científica sobre...

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