Nada más difícil que aprender a enseñar

La Escuela de Atenas, famoso fresco de Rafael y una de las imágenes más icónicas de la docencia. Muestra un espacio abierto con Aristóteles y su alumno, Platón, en el centro. En la pintura, el debate aparece como motor del aprendizaje

Una de las pocas cosas buenas que dejó la pandemia es que pudimos darnos el lujo de hablar de la educación . Suena raro, y más en un país como la Argentina, que tiene excepcionales universidades públicas . Pero de educación no hablábamos. Murmurábamos. Rezongábamos. Pero no nos poníamos a mostrar las cartas, a analizar y a evaluar. La educación se fue convirtiendo así en una suerte de tabú. Intocable, con unos pocos dueños, con feudos, verdades reveladas y principios indiscutibles.

De las mejores noticias de esta nueva realidad es que los padres se hayan involucrado en la conversación . De otro modo, estarían delegando en terceros una de las dos o tres instancias más importantes en la vida de un ser humano: su formación intelectual y sus primeros vínculos sociales extra familiares. No me parece buena idea estar ausente ahí. Es más: muchos ya estaban bien presentes y hablaban con sus hijos, se involucraban, estaban atentos a cualquier señal preocupante, o viceversa, y refutaban el adoctrinamiento, allí donde lo percibían, y demás. Buenos padres, tan heroicos como esos docentes que siguen dando un ejemplo apasionado e iluminador en condiciones adversas. Pero ahora es oficial, y eso es una divisoria de aguas.

En fin, tanto oír hablar de educación me fue llevando lentamente a una conclusión. Una conclusión que, como otros derivados de la revolución digital, suena bastante incómoda. Pero antes, si me lo permiten, vamos a afilar unos cuchillos.

Tomates rebeldes

Todo chef medianamente bueno sabe esto: usar cuchillas desafiladas no solo es incómodo y frustrante. Es, sobre todo, peligroso. Como hace más de 30 años que estoy a cargo de la cocina, se suponía que sabía cómo afilar. Pero ya saben, soy socrático hasta el tuétano, y por ese motivo, en plena pandemia, al decimosexto tomate que se me retobó, me hice la siguiente pregunta:

-¿A ver, Torres, de dónde sacaste que sabés afilar cuchillos? ¿Hiciste un curso? ¿Es tradición familiar? ¿Quién te enseñó? ¿Naciste sabiendo? ¿Cómo se mide qué tan bien afilado está un cuchillo?

Más un largo etcétera. Es lo primero que debemos hacer con lo que creemos que sabemos: examinar nuestros conocimientos y nuestros resultados . ¿No es lo que hacen los docentes todo el tiempo? Personalmente, pongo en tela de juicio muchos métodos de evaluación todavía vigentes, pero, en todo caso, y por razones que uno aprende en el aula a los golpes, hay que evaluar. Uno simplemente no...

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