Diciembre, el mes inquietante

Imagen tomada el 21 de diciembre de 2001 del presidente Fernando de La Rua, que abandona la Casa Rosada luego de renunciar a su cargo

La llegada de diciembre, antiguamente asociada en primer término con el sabor dulce, familiar y esperanzado de la Navidad y las vacaciones, precipita hoy en buena parte de la sociedad una posición de alerta, casi un reflejo. En el sabio mundo animal, la posición de alerta es una tensión psicofísica, una reacción nada caprichosa delante de cualquier luz amarilla. Ha sido muy estudiada por los etólogos: el animal está esperando que ocurra algo, desconoce si tiene que ocurrir pero sabe que ya ocurrió antes. Por las dudas se pone en guardia.

Más cargado de incertidumbre que otros, este diciembre se cumplen dos décadas de los disruptivos sucesos de 2001. Ese es el año que, pueda o no alguna vez replicarse, se ha usado para asustar, ardid que estrenó Néstor Kirchner durante la campaña electoral de 2005. Como remueve un trauma que la misma reiteración de la cita ayuda a mantener fresco, el fantasma del 2001 alcanza la eficacia persuasiva de una cruz blandida frente a un vampiro. Basta con menearlo para erizar.

La taxonomía inconclusa habla por sí sola de las dificultades de digestión de aquel colapso general. No abundan otros hitos históricos a los que se recuerde con la mención de su año a secas, elusión atribuible a la falta de acuerdo sobre una denominación que recuerde lo que pasó, no cuándo.

Desde ya, hablar de la caída de De la Rua parece insuficiente. De Juárez Celman en adelante cayeron un montón de presidentes, incluidos después de De la Rua los peronistas Rodríguez Saa (arrollado por la misma crisis) y Duhalde (quien en realidad no cayó pero se autoacortó medio año de mandato mediante un dibujo jurídico que, a costa de desfasar los mandatos legislativos, camufló el traspié). La implosión política, económica y social de hace veinte años, amasada en las elecciones de medio término (equivalentes a las del mes pasado) que perdió el gobierno de la Alianza y en las que se coló la bronca contra el sistema, junto a la treintena de muertos tuvo ingredientes tan dispares y sustanciales como la sepultura del uno a uno, los saqueos, la violencia callejera, la represión policial . Había hartazgo social mezclado con activismo golpista, dramáticos momentos de acefalía, bancos acorazados con chapas de acero que realzaban la impotencia de los ahorristas defraudados. Contratos rotos, redes quebradas, brutales transferencias...

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