Destinos cruzados: La vida es un embotellamiento

Cuando Sergio se dio cuenta de que llegaba tarde a Retiro, el embotellamiento lo atrapó en el cruce de Huergo y San Juan. En 15 minutos, el colectivo en el que viajaba Magdalena, su esposa, llegaba a la estación, y él sabía muy bien que ella detesta la impuntualidad. "Si me hacés esperar en Retiro, con lo horrible que está todo por ahí, te mato", había amenazado ella, a manera de despedida, antes de salir de viaje a Mar del Plata. A Sergio se le escapaba la dimensión del caos que enfrentaba con su coche; había oído algo por la radio, pero ni se le había ocurrido que podía ser tan grave. Temeroso de que el celular volviera a sonar en cualquier momento, encendió la radio y le quedó claro que en 15 minutos no estaría en Retiro. Ni siquiera podría llegar en una hora. El drama de la espera se alargaba sin que pudiera hacer nada, y cuando se decidió a avisarle a Magdalena que se encontraba en el corazón del peor desastre de tránsito que hubiera visto en su vida, le pareció extraño que ella no se molestara. "No te preocupes, mi amor, te espero donde me digas. ¿O preferís que vaya para casa?", escuchó, y por un instante creyó que soñaba. ¿Semejante embotellamiento podía ser real? ¿Y de veras era ella la que comprendía su atraso con una dulzura irreconocible? Sergio no dejó de hacerse esas preguntas durante las casi tres horas que tardó en recorrer un trayecto en el que por lo general no se demora más de 15 minutos. La respuesta se la dio Magdalena en un feo café de Retiro. Apenas lo vio, se arrojó a sus brazos y le dijo que, dos días antes, había descubierto que estaba embarazada.A la altura de Puerto Madero, no muy lejos de donde Sergio desesperaba, la abuela Consuelo le reclamaba al taxista que hubiera tomado por ese camino para llevarla a Retiro. Se había subido al taxi en la calle México, en el hotel boutique de su nieto, Adrián, quien con diplomacia prefirió ponerla en manos del destino a llevarla hasta la estación en su coche. A medida que el embotellamiento se hacía cada vez más brutal, Consuelo utilizó el tiempo para repartir culpas. Adrián era responsable por no acompañarla, aunque tenía la excusa de su trabajo. Marcela, su nuera, era más culpable...

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