Desearía que estuvieras aquí

Por razones que la modernidad encontraría hilarantes, durante mi infancia tuve acceso a un número limitado de discos. Vinilos, desde luego, que se reproducían en un Winco. El Winco, pese a ser elemental, estaba conectado a un excelente amplificador Fischer, valvular y monofónico, que se completaba con un altavoz monumental de calidad irreprochable. La breve discoteca, cuyo origen desconozco, se limitaba a algunas obras de música clásica, y tan pronto aprendí a usar el Winco me puse a investigar esos discos cuyas tapas parecían misteriosas y, de cierta forma, un poco prohibidas.

Me tomaba mi tiempo para depositar la púa sobre el surco, delicadamente, y cuando la fritura anticipaba los primeros acordes, me sentaba delante de ese gabinete que apenas superaba en estatura. Sin tener ni la más remota idea de quiénes eran Brahms, Schubert, Beethoven, Mozart, Tchaikovsky, Vivaldi o Haydn, me pasaba horas sumergido en esta experiencia nueva y abrumadora.

Si uno lo piensa desde la pantagruélica oferta de hoy, un puñado de vinilos sabe a poco. Pero fueron para mí un paraíso, formaron mi sensibilidad y me enseñaron que la música es demasiado profunda para bucear en ella solamente una vez. Los discos, como las pasiones, nos reclaman con tenaz insistencia.

Pero todo lo bueno termina, y un día aciago mis padres me regalaron mi primer vinilo.

-Ya tenés 14 años, es hora de que oigas esta música -anunciaron, y pusieron en mis manos un álbum en cuya tapa se veían cuatro sujetos pelilargos y sonrientes asomados a un balcón. Arriba, se leía The Beatles / 1967-1970. Agradecí el obsequio algo aturdido y, cuando estuve solo, puse alguno de los dos vinilos y me senté en el piso de pinotea, delante del altavoz, con los ojos cerrados, mientras la fritura me preparaba para el deleite de la música.

Pero ¡ay!, ¿qué era esa cacofonía que me habían obsequiado? Casi rayé el disco cuando levanté la púa con precipitación, al tiempo que decidía que aquel despiadado batir de tambores y esas guitarras electrocutadas no eran para mí. Cada tanto, cuando mi madre andaba cerca, ponía alguna canción de este álbum de tapas azules y tipografía setentosa, pero más que nada por compromiso.

El asunto, sin embargo...

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