El desafío de construir el poscristinismo

Cristina Fernández de Kirchner y Sergio Massa

La hora del inevitable balance anual puede resultar un momento indigesto para Cristina Kirchner . Para la vicepresidenta, 2022 fue un auténtico annus horribilis , en el que la condena por corrupción solo terminó por resaltarle todos los números rojos que fue acumulando desde el 1º de enero.

Por eso, en sus últimas apariciones públicas y en sus gestiones reservadas se advierten con claridad el deseo y el propósito por el que brindará mañana a las 12 de la noche. Su objetivo central es evitar que en el primer trimestre de 2023 empiece definitivamente a conformarse y consolidarse el poscristinismo.

Se trataría de un cambio de era que viene golpeando a su puerta y al que ya comenzaron a apostar y a explorar dentro del propio oficialismo, más que en la oposición, donde sobran interesados en que su sombra siga proyectándose sobre el peronismo.

El 17 de octubre cristinista, que nunca llegó tras el intento de magnicidio sufrido el 1º de septiembre y el fallo en su contra anunciado el 7 de este mes, adquirió el martes pasado carácter paródico en el acto en Avellaneda, donde reeditó su anunciado renunciamiento para reemplazarlo por la victimizante condición de proscripta, que ninguna disposición formal ni de facto le ha impuesto. Su vocación por emular a Mario Puzo y repetir un relato en el que una mafia cada vez más extensa se dispone a eliminarla de la vida política ya no es tan taquillera como las versiones originales. El gran público explora nuevas propuestas.

Sorprendió así la manera en la que Cristina Kirchner hizo su reaparición pública, tras la condena. Ni a un escenógrafo enemigo se le hubiera ocurrido organizar un acto rodeada solo por los más propios de los propios y por figuras espectrales del fútbol, justo en el clímax de ese deporte, luego de que la selección alcanzara el tan postergado título mundial.

Apenas pudieron aportarle un jugador de reparto del equipo campeón de 1986, como Héctor Enrique. El mismo que, irónicamente, fue el único de ese plantel que se negó a concurrir a la Casa Rosada, donde gobernaba Raúl Alfonsín, con el argumento (nada democrático) de que como peronista no estaba dispuesto a saludar a un presidente radical.

Cualquier semejanza con la actualidad se rompe apenas se advierte que esta vez a los campeones ni siquiera les interesó el signo político del partido gobernante y mucho menos a cuál de las facciones internas perteneciera cualquier anfitrión posible. Ni el líder...

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