Sin democracia no vamos a ningún lado

El bicentenario de Centroamérica

Llegamos de manera casi inadvertida al aniversario de los dos siglos de la independencia centroamericana . Los fastos oficiales son escasos, y los gobiernos de las antiguas provincias que un día constituyeron la república federal no han programado ni los tradicionales juegos pirotécnicos para la magna fecha del 15 de septiembre ni vistosos desfiles militares.

Es un silencio que alcanza aun al ámbito académico, con muy escasos debates acerca de lo que ha sido nuestra historia desde aquella fecha, y lo que esperamos del futuro. Qué lecciones hemos sacado del pasado, dónde nos hallamos hoy día y hacia dónde nos dirigimos.

Podría pensarse que esta inadvertencia tiene que ver con los tiempos difíciles que vivimos , enfrentando el desasosiego que ha traído consigo la pandemia, y cuyos graves riesgos, que interrumpen la convivencia social y el trabajo, y por tanto atrasan la economía, no dan tiempo para mucho más.

Pero los presidentes de los países centroamericanos ni siquiera se verán las caras, según parece , aun en un encuentro ceremonial a distancia; si aún no han podido ponerse de acuerdo en nombrar un nuevo secretario general del Sieca, el organismo regional de integración, es porque hay desavenencias, algunas de fondo, que afectan aun a los actos protocolarios. No esperemos, por tanto, grandes declaraciones oficiales, que en todo caso serían las mismas de siempre, envueltas en retórica de ocasión.

La independencia de las provincias de Centroamérica, proclamada en 1821 en Guatemala, entonces sede de la capitanía general, cayó como una fruta madura después de que en los otros países latinoamericanos culminaban, o estaban por culminar, las grandes epopeyas libertadoras. Y quienes la proclamaron corrieron de inmediato a anexar a la recién independizada Centroamérica, que incluía entonces a Chiapas, al imperio mexicano de Agustín de Iturbide, que no tardó en fracasar.

Según se consignó en el acta misma, la independencia se declaraba "para prevenir las consecuencias , que serían temibles en el caso de que la proclamase de hecho el mismo pueblo". Más claro no canta un gallo. Desde entonces aprendimos la regla de oro de que entre nosotros todo cambia para que no cambie nada, según la regla gatopardeana, como lo hemos seguido presenciando a lo largo de estos dos siglos. En lugar de próceres y revolucionarios, lo que hemos tenido casi siempre son ilusionistas de oficio.

Llegados a este punto, lo primero que se...

Para continuar leyendo

Solicita tu prueba

VLEX utiliza cookies de inicio de sesión para aportarte una mejor experiencia de navegación. Si haces click en 'Aceptar' o continúas navegando por esta web consideramos que aceptas nuestra política de cookies. ACEPTAR