Una democracia amenazada por el caos

Jorge Luis Borges, luego del triunfo electoral del radicalismo, participó en una reunión con intelectuales convocada por Raúl Alfonsín. Yo estaba a su lado cuando se le acercó el flamante presidente electo. Borges le estrechó la mano y levantó la cabeza, como si en ese momento hubiera recuperado la visión. Con palabra trémula y emocionada, pero firme, dijo: "Quiero confesarle que concebía l a democracia como un caos; ahora entiendo que es el cosmos".

Treinta años después recobra vigencia ese aparente juego de palabras inspirado en la comunión de ritmo y vocales, pero que establece una oposición manifiesta. Desde aquella época encinta de esperanzas, el cosmos que aparentemente se inauguraba fue diluyéndose en el caos tan temido. Ahora seguimos en democracia. No obstante, es una democracia avinagrada por las secreciones del caos.

En el cosmos hay leyes que rigen de forma permanente. Por eso existen galaxias y sistemas solares que exceden nuestra capacidad mental. Desde la propia teología no sólo se habla de creación, sino del funcionamiento que mantiene cada cosa creada. Sin el acatamiento de ciertas reglas, la maravilla podría convertirse rápidamente en un desastre total. Claro que hay desastres y excepciones en la maravilla, pero son los menos. En nuestra democracia, los desastres son los más.

El cosmos que se pretendió inaugurar en diciembre de 1983 mediante la reconciliación nacional y una estricta vigencia de la Constitución (cuyo prólogo fue agitado como una bandera en los discursos de Alfonsín) fue pronto invadido por impulsos deletéreos. A la democracia se le exigía más de lo que podía dar en sus comienzos. Pero en lugar de fortalecerla mediante el tenaz acatamiento de las leyes y jerarquías de la República, adquirió creciente fortaleza la impugnación desaforada de los paros generales, los levantamientos venenosos de algunos militares, la sistemática obstrucción legislativa y otros procedimientos que taladraron los pilares recién construidos.

La historia que siguió es conocida, aunque se la memoriza de forma parcial o sesgada. No todos somos culpables, no todos somos inocentes. Ahora corresponde centrarnos en los avances del caos sobre el poco cosmos que nos queda.

Una gran responsabilidad le cabe a la equivocada consigna de "no criminalizar la protesta". Si la protesta comete delito, merece sanción. La protesta es atendible y respetable mientras no viole las leyes. Esto se ha olvidado. Desde hace una década adquirió tonalidad...

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