Delincuentes de gatillo fácil

Los insultos destemplados, la mirada relampagueante, los empujones y las amenazas no son nada al lado del culatazo en la sien, que no llega a derribarla, pero que le parte en dos la ceja y le hace brotar un chorro de sangre incontenible. El simulacro de fusilamiento puede trocar inesperadamente en fusilamiento verdadero. El caño frío de la pistola pasa de la sien a la cara y de ahí, ya raspando, a jugar dentro de la boca de la atribulada víctima. Busca quebrarla, borrarle el último vestigio de resistencia. Debe entregarse a la voluntad suprema de su repentino amo, el Sr. Terror, que le ha arrancado su libertad y le impone un atroz cautiverio.

Si sale con vida, el trauma la acompañará hasta el fin de sus días. Pero también puede ser que su captor decida acribillarla hasta borrarle sus últimos signos vitales.

Por escenas como las que se acaban de describir, el gobierno de Raúl Alfonsín juzgó a las juntas de comandantes y a oficiales superiores y, desde 2003 hasta hoy, el kirchnerismo redobló sus esfuerzos para que quienes ocasionaron ese tipo de aberraciones paguen con la cárcel sus crímenes, agravados aún más por haberlos perpetrado en nombre del Estado.

Vuelva ahora el lector a releer los primeros párrafos de esta nota, pero imaginando una escenografía distinta, ya no la de un campo de concentración en tiempos de la dictadura, donde un uniformado ensoberbecido por la violencia se aprovecha de su víctima. Visualice, en cambio, una casa del conurbano o un departamento de un barrio porteño. Imagine que en vez de una detenida-desaparecida se trata de un ama de casa sorprendida en la calle, obligada, a punta de pistola, a facilitarle el ingreso en su hogar a uno o varios facinerosos.

En efecto, en los últimos años el modus operandi de la delincuencia común para obtener sus botines derrapa cada vez más al despliegue apocalíptico de la represión: operativos comando, uso de armamento de grueso calibre, modales de bestia, secuestros extorsivos, toma de rehenes, uso del terror como práctica habitual, ejecuciones sumarias, depravación sexual y sadismo hasta el grado de la amputación de dedos y puntazos, estrangulamientos o tiros de gracia. Si son ancianos o miembros de alguna colectividad, serán, tal vez, aún más violentados de palabra o de hecho. La aparición reciente de sicarios, con sus ajustes de cuentas, agrega otra cruel modalidad al mapa de violencia descripto.

El ladrón de otras épocas, asesino por excepción, ha desaparecido o perdió sus...

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