En defensa de la vitalidad de la escena

En el polémico artículo "Me verás caer: la crisis del rock argentino", publicado la semana pasada en el diario chileno La Tercera, los periodistas Claudio Vergara y Carlos Farías diagnostican que nuestro rock "está sumergido en una espiral de escasez creativa". En los encendidos debates que generó en las redes sociales, algunos argumentaban que esa crisis no debía circunscribirse a una región geográfica, sino que se trata de una crisis global si la comparamos con lo que ocurría hace tres décadas. Disculpen, pero disiento. Esa mirada, externa y anacrónica, no se condice con la efervescencia creativa que proyectan las distintas escenas vernáculas. Me la paso yendo a ver recitales buenísimos, y las horas no me alcanzan para escuchar los discos de artistas talentosísimos que han desarrollado su obra en la última década. Una lista desordenada y caprichosa incluye a Él Mató a un Policía Motorizado, Lisandro Aristimuño, Onda Vaga, Eruca Sativa, Los Espíritus, Morbo y Mambo, Tototomás, Octafonic, Paula Maffia...

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