Un debut en globo aerostático con vientos a 30km/h

Pinamar.-Voy a volar con un hombre que no conozco. Confío en él, no tengo idea de por qué. Se llama Roberto Carlos Stocker y es el piloto del globo aerostático que cinco hombres ayudan a armar en la entrada de Pinamar, en un lugar cercado por luces que harán de la subida un momento por lo menos agitado. Roby, así le dicen, me da indicaciones, pero antes hace chistes sobre yacarés y pantanos que algo de verdad tienen. Habla siempre con el mismo tono relajado y amigable, así que no logro captar del todo cuál es la parte de la mentira.

Soy la única mujer y todos están ahí por mí. Soy, sobre todo, la única persona que va a hacer este viaje en toda la temporada.

Es el tercer intento en dos días. El primero fue ayer a la noche y quería hacerlo en Avenida Bunge y la playa, frente a los turistas en la esquina más convocante de Pinamar. Pero el viento no me dejó. Y eso que esa vez el globo iba a estar sostenido por un par de hombres con sogas en la tierra para elevarnos apenas unos metros. Me parecía algo aburrido, aunque al menos volaba un poco. Pero no. Roby dijo que no porque el viento se negó primero.

A las 12 de la noche me escribieron para decirme que al día siguiente a las siete de la mañana las condiciones climáticas iban a estar óptimas en la entrada de la ciudad, frente al monumento de la piña. Al día siguiente, es decir hoy, llego tarde, por supuesto. El globo está inflado, y es aquí donde me presentan a Roby.

Dormí cuatro horas después de perderme en un médano lleno de sapos sin más iluminación que el celular -justo esa noche la luna no quiso colaborar- y resulta que ahora, siendo las siete y cuarto de la mañana, tampoco se me va a dar. Me duele la panza del hambre, no llegué a desayunar ni a bañarme. Intento acomodarme el rodete. Subo a la caseta de mimbre -que se llama barquilla- con mi hombre de confianza, que tiene más pinta de ex surfer que de piloto de globo aerostático, y siento que se me incendia la cabeza por el quemador que nos ayuda a elevarnos.

Me explica que no vamos a poder volar, sólo subir unos cinco metros como mucho. Después, durante todo el día, me dedico a quemarle yo la cabeza para poder hacerlo. Lo consigo y me espera a las 17.30 en el mismo lugar.

Esta vez llego temprano y no hay nadie. Siento que me hago pis. Hice hace unos minutos, pienso, y me digo: "Reconocelo, estás nerviosa". Roby no quería despegar ahí. Sabía que era un lugar complicado, pero confiaba en mi valentía. Ya en el aire, me contó que ese despegue...

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